domingo, 19 de julio de 2020

Mentira tras el cristal: Capítulo 15



Loren se sentía cada vez mas frustrada decepcionada, a medida que avanzaba el relato de su hija. Ella estaba convencida, que solo era una sección de terapia, por eso accedió a la petición de Ruth, de dejar que le acompañara Estefany, en vez de ella, no imaginaba que hubiesen llegado, hasta ese cierto punto, era menor, no tenían ningún derecho sin su consentimiento. Tenía claro que hubiese dejado la faena ese día por estar con ella.

  • No te preocupes mama, no pasa nada, de todas formas no te hubiesen dejado entrar, al igual que le ha pasado a Estefany –intentó tranquilizarla Ruth, observando cómo iba de un lado para otro del salón.
  • Pero es imperdonable… ¿Cómo no nos avisaron? –seguía en sus trece Loren, que no escuchaba ninguno de los consuelos que le daban.
  • Pos yo tengo certeza, que de alguna forma, si que nos lo hicieron saber, tengo constancia, que firmemos y todo –opinó Jack rebuscando por los cajones, la prueba solicitada.
  • Eoooo, no pasa nada, estoy bien –pero nadie escuchaba a la joven. Su madre sin dejar de dar pasos de un lado para otro, nerviosa, hablando para sí. Su padre, rebuscando, entre todos los cajones un indicio alguna pista, de que sus pensamientos, eran ciertos.
  • ¡Eureca, aquí está! –exclamó con alegría Jack sacando del tercer cajón abierto, empezando por abajo de la cómoda del salón, dos papeles completos, grapados sujetándolos con ambas manos en fecha de quince de noviembre. Loren se abalanzó sobre él, para observar por ella misma. En el explicaba todo lo que le harían e procesos a seguir. Le faltaba media hoja del segundo papel, en el que en ella se sostenía la autorización de tales actividades.
  • Ui si, ahora me acuerdo, que firmemos la autorización mandándola por correo –se avergonzó Loren -¿Cómo me pude olvidar de algo así? –se culpaba una y otra vez.
  • No te preocupes mama me encuentro estupendamente, seguro que con este nuevo método me pondré bien –le animó Ruth, cogiéndole fuertemente las manos, con una débil sonrisa, notando en los ojos de su madre gran malestar, por no poder ayudar más a su hija.


Veinticuatro de diciembre, poca gente andaba por las calles, por encima de aquel gran mantón de nieve. Caían algunos copos todavía tras la fuerte nevada, que había cortado las calles. A pesar del frío, los chiquillos, corrían y jugaban con aquella toga blanca, dejando las huellas por donde pasaban. El pueblo estaba bien iluminado, con sonidos e música, por cada esquina que pasaban. Alguna racha de aire se apoderaba de los viandantes, que se abrochaban las cremalleras de sus cazadoras, hasta el cuello, encogiendo sus cabezas en ellas, metiendo sus manos, protegidas por guantes, dentro de los bolsillos. A Ruth, las navidades, era la época del año que más le gustaba, sobretodo, por los apetitosos platos tan exquisitos que se cocinaban. Pero aquel año, ya nada sería igual, todo su sufrimiento había terminado, ella había ganado, había logrado su propósito de hacerles ver la realidad de Rackel, y le habían creído, debería de sentirse bien, al fin lo había logrado, pero sin saber el motivo no podía compartir esa alegría, había perdido demasiado, solo una cosa, pero para ella, era como perder toda su vida. Codi la persona que mas quería en esa vida, le había engañado, aunque ya intentaba arreglarlo, había tardado demasiado, ya lo único que quería ella, era olvidarlo he empezar de cero, pero no lo tenía fácil, ya que desde su primer día de terapia, le visitaba diariamente, claro que siempre tenía que alejarse sin lograr pasar del porche de su casa. Continuamente el teléfono móvil sonaba de su parte, pero ella de inmediato colgaba rompiendo a llorar, incluso cartas le enviaba, que eran quemadas al momento por su protagonista ¿si realmente la quisiera hubiese tardado tanto? ¿O todo era un truco, para convencerla y después dañarla de nuevo? Por más que lo intentaba Ruth ya no podía confiar en él, ya no.

  • Ei Ruth ¿estás bien? –le preguntó Claren notándola ausente de la conversación que tenían. Estaban sentados en un banco, resguardados de ese frío intenso, delante de sus ojos tenían la pista de patinaje, los tres se encontraban sentados en uno de los bancos, mirando sin ver nada.
  • ¿Eh? Sí, sí, estoy bien –respondió volviendo en sí.
  • ¿En qué pensabas? –se interesó su amiga.
  • Pues… -no se atrevía a responder Ruth.
  • ¿Estabas pensando otra vez en él? ¿otra vez en Codi? –le encaró Claren –por favor Ruth tienes que olvidarle, ese tío no se merece ninguna lágrima, ningún pensamiento tuyo.
  • Chicas yo tengo entendido que sí, que es verdad, estuvo ingresado un mes en el hospital, por alcohol y drogas en el cuerpo –explicó Dan sin entender el porqué.
  • ¡Lo que faltaba, encima un alcohólico y un drogata aparte de un mentiroso! –aumentó su cólera Claren.
  • No, Codi no es así, estoy segura que le engañaron, que le tendieron una trampa –se explicó Ruth nerviosa.
  • Ruth tiene razón mi primo no es así, alguien tuvo que engañarle, meterle eso en el cuerpo sin que fuera consciente –dijo pensativo Dan como si fuera un detective, ante las pistas dejadas.
  • Si, claro, le han metido una pistola en la cabeza, le han amenazado o se emborrachaba e drogaba o le mataban, si se tiraba a la petarda aquella mejor ¿no? Por favorrrr ¡despierta Dan! Entiendo que sea tu primo, que le tengas que defender, pero hasta cierto punto, que es tu amiga, quien se está llevando la peor parte ¡no lo olvides! –le encaró Claren con rabia. Hubo un silencio incomodo. Ni siquiera se miraban.
  • Ei mirar, ¿no es aquella Estefany? –preguntó Ruth, mirando a través de un cristal, que había tras la sala de patinaje, dando rienda abierta a un bar.
  • Sí, sí, sí que parece ella, vayamos a saludarla –se levantó Dan. Sus dos amigas le siguieron. A pesar de estar en un lugar cubierto, con calefacción el frío era consciente, ni los abrigos, guantes e bufandas sobraban – ¿se puede señorita? –preguntó caballerosamente.
  • Ei chicos que alegría veros, ¿qué hacéis por aquí? –se levantó dando un par de besos a cada uno –sentaos, estaba con mi prima, pero le ha surgido una emergencia y ha tenido que marchar, me estoy acabando lo pedido, Claren ¿dónde has dejado a John?
  • No ha podido venir –dijo tristemente la joven –están de traslado, John tenía que ayudar.
  • Qué lástima, pero estás con todos tus amigos que te quieren con locura –le animó Estefany, viendo como Dan le daba un fuerte abrazo. Todos observaron que era una taza de chocolate desecho con bizcocho, lo que Estefany tomaba con satisfacción.
  • Qué buena pinta tiene –miraba fijamente Dan, notando como sus ojos, y su boca se derretían pese a los pocos grados que habían.
  • ¿Queréis una taza vosotros también? No son muy caros, y me encantaría un poco de compañía.
  • ¡Oh si nos encantaría! –no tardó en coger asiento Dan, refregándose las manos con satisfacción. Claren e Ruth se sentaron también, pudiendo comprobar cómo Estefany pedía lo solicitado.
  • Estefany, yo no sé si… -dijo Ruth indecisa.
  • Venga Ruth, tu también tienes que tomar, aunque sea un poco, nos tienes que enseñar los progresos que has hecho, desde que vas al centro ¿vale? Solo un poco –le suplico con la mirada Estefany.
  • Está bien –respondió Ruth con una débil sonrisa.

Pero no podía, allí tenía a esa delicia enfrente de sus ojos, aspiraba ese aroma tan embriagador, que a cualquiera se le haría la boca agua, pero a ella no, estaba gorda, aun engordaría más si se tragaba toda aquella cantidad de colorantes e conservantes pero ¿Cómo expresarse? Ellos no la entenderían no harían más que llevarle la contraria, ellos no la podían ver con sus mismos ojos. Los miró atentamente, que felices estaban, como comían sin preocuparse de nada más. Como los envidiaba. Su visión se hizo borrosa. Hacía días que apenas comía, demasiada grasa contenía lo que le daban para comer, no podía consentirlo. Se llevó la mano a la cabeza que permanecía baja. Se sentía mareada, fatigada.


  • Ruth ¿estás bien? –se puso en pie Estefany, que la tenía sentada enfrente.
  • ¡Ruth! –exclamaron Claren y Dan, que estaban cada uno a un lado de ella rodeándola preocupados.
  • Estoy bien, solo un poco mareada, pero ya se me pasara –expreso con una débil sonrisa.
  • No Ruth, estás muy pálida, tómate tu chocolate, que lo tienes intacto, se va a enfriar, no vale nada -le cogió la taza, acercándosela, ayudándola a que se lo tomara.
  • No, no puedo tomármela, contiene demasiadas grasas –se negó Ruth.
  • De eso se trata Ruth, que pareces un esqueleto andante –seguía con la taza de chocolate de su amiga Claren.
  • Vamos amiga, que es una tentación muy grande tener esa delicia ante mis ojos y no poder echarle bocado –expreso Dan.
  • Pues tomártelo yo no te lo prohíbo –dijo convencida Ruth con la mirada perdida. Claren y Estefany la miraron sorprendidas.
  • No, eso sí que no, yo tengo reservas de sobra, tu lo necesitas muchísimo más que yo –le dio un beso en la frente su amigo. Claren y Estefany, se los miraron con ternura. Claren le empezó a dar el chocolate a Ruth, con toda la paciencia del mundo, ya que está no se lo ponía fácil, porque se negaba a tomárselo. Todas las miradas las acaparaban, llamaba bastante la atención que una joven le diera a otra de su misma edad sin ninguna discapacidad aparente de comer, que su receptor, diera tantas pataletas, e se negara tanto. Pero era algo que Ruth ya estaba acostumbrada, desde que estaba en los huesos, todas las miradas, risas, cuchicheos, críticas eran para ella. Para sus acompañantes les dolía, sí les dolía muchísimo por su amiga, no se merecía ese tracto ni esa falta de respeto por toda aquella gente. Estaba enferma y los que la rodeaban deberían aceptarlo, respectarlo e intentar ayudarla, en vez de acribillarla más. Pero ninguno de sus amigos la iban abandonar, por ese hecho, los cuatro tenían muy claro, estarían con ella hasta el final.
  • Tengo que ir al baño –se levantó sin aviso Ruth.
  • Aun no te la has acabado –le recordó Claren. Con la taza y la cuchara en sus manos, quedándose a mitad de darle otra cucharada. Tras mucha paciencia, había logrado que llegara a su estómago media taza.
  • Sigo mareada, iré al baño a refrescarme un poco, a ver si se me pasa.
  • Te acompaño –se levantó decidida Claren.
  • ¡No! ¡No hace falta que me acompañe nadie! –gritó. Todos se la quedaron mirando. –lo siento –expresó. Llevaba una temporada que tenía cambios bruscos de humor –no hace falta que me acompañéis de verdad, solo quiero orinar, y refrescarme un poco, a ver si se me pasa este sofocón que tengo.
  • Deja que te acompañemos por favor, si no soy yo, que sea Estefany o Dan por favor –le pidió Claren.
  • Vale, acompáñame –dijo Ruth, empezando andar. Claren se lo agradeció caminando a su lado.

Al llegar a los servicios, Ruth entro en uno de ellos, prohibiendo la entrada a Claren.

  • Voy hacer pis, no tardaré –le dijo antes de cerrar la puerta.
  • Bien, si me necesitas, no dudes en dejarme entrar, no me moveré de la puerta –le recordó Claren. Ruth acepto con un movimiento de cabeza, cerrando a continuación.

Una vez en su soledad, corrió a cogerse a la pica, tenía necesidad de pis era bien cierto, pero era más urgente otra cosa, se cogió fuertemente a la pica. Su respiración era acelerada, tensó sus dedos de las manos, los miró fijamente, le temblaban. Fijó su mirada al espejo que tenía enfrente, sabía cuál era su estado, sabía que necesitaba, aunque también era consciente que desde hacía más de un mes, era lo que tenía más prohibido, y le habían anodado, a lo contrario, pero por mas que se esforzaba no lograba lo inverso. Desde esa primera terapia, desde esa nueva medicina, Ruth se notaba mas nerviosa que nunca, ansias le venían de devolver, pero ya daba lo mismo que estuviera sola o acompañada, siempre estaba controlada. Quería recuperarse sí, pero era demasiado duro el sacrificio hecho, era una prueba en el que ella misma dudaba de poder superarla. Lo que más le molestaba eran todos aquellos médicos, que no dejaban de examinarla e ir interrogándola, con pregunta tras pregunta, todas sobre la comida, eso le hacía ponerse peor. Encendió el agua, se remojó la cara. Miró su idéntica imagen en el espejo, que tenía delante postrado en la pared, observaba como las gotas resbalaban por su mejilla rompiendo en la pica. Se dio cuenta que no estaba sola ante aquella enfermedad, que no era la única. Solo en su grupo se encontraban veinte chicas con su problema, había diez grupos, con esa misma cantidad, tenían los mismos síntomas que ella, la misma actitud o al menos, desde que empezó a verse acorralada: ya no explicaba nada, ni a sus amigos, ni a su familia, se encerraba en sí misma, sin querer salir, con cambios de humor inesperados. Le habían prohibido el ejercicio físico, pero ella no podía dejar de hacerlo, era la única manera de verse como a la persona aceptada que esperaba ver, al igual que ponerle grandes platos de comida, pese que tenía hambre, no lo veía, no lo notaba lo asociaba con nervios y aun comía menos. Pudo escuchar en las terapias, que las personas que tenían pareja, el sexo ya no formaba parte de sus vidas, por parte de la persona afectada. Eso ella no pudo experimentar, ya que con Codi, de besos en los labios no pasaron, pero sí que era consciente, que esas ansias por tocarse, ese gustito que sentía, desaparecieron, por miedo a engordar. Se sentía avergonzada si, avergonzada por no hacer mas, por no saber controlar ese impulso de echarlo todo, como muchos de sus compañeros eh compañeras. Incluso algunos de los testigos afirman, que sintieron ansias de suicidarse… Y allí se encontraba ella en ese momento, mirándose fijamente al espejo, sin ver nada esperado en el. Quería gritar, pero no podía, escondió su pulsera con cámara tras a su espalda junto a su brazo, y sin pensarlo más, lo devolvió todo. Su respiración era acelerada tras el acto, entonces, fue consciente, que sus amigos llamaban ansiosos a la puerta, sin dejar de aclaparar su nombre.


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