lunes, 13 de julio de 2020

Desaparecida en la oscuridad: Capitulo quince




D
e nuevo en soledad. Acababa de cerrar la puerta tras despedirse de sus padres e el señor Burton. Habían insistido en acompañarla a su nuevo hogar, para ayudarla con la mudanza, ya de paso poder contemplar el nuevo piso de Samanta, pero la realidad era otra. En toda la estancia no habían dejado de insistir, intentado convencerla que volviera a la masía junto a sus padres, no allí sola y desamparada. Pero su decisión estaba tomada y nada la haría cambiar de opinión. Lo hacía por ella, pero también por sus padres para que no corrieran ningún tipo de peligro. Miró a su alrededor, no era un piso muy grande; una sala de estar, una cocina, dos lavabos, cuatro habitaciones, en la planta de arriba, suficiente para sí misma e su fiel amiga cuando se instalará también. Su amiga… ¿cuándo vendría? Deseaba que pronto, ya que aquella casa, le venía demasiado grande para estar sola. En la penumbra se encontraba, su espalda apoyada en una de las esquinas de la pared, con una taza de té en sus manos, pensando en quien más quería en este mundo en el cual, ya no podría abrazarla, acariciarla, ni tactarla mas. Caminó lentamente, hacía el sofá en el que se depositó lentamente. Frente sus ojos se reflectaba a través del cristal esa vista tan maravillosa que resultaría para muchos como es el mar, el cielo también tenía un color especial medio azulado, rosado, haciendo del atardecer, único y respectivo Aunque la miraba fijamente, ella no destacaba nada. Todas las imágenes de su cerebro se basaban en Ruth Parcker, esas lágrimas que se deslizaban tan velozmente por sus mejillas, eran la prueba que su interior estaba hecho trizas. 
La despertó el timbre. Al abrir los ojos, se encontró con los débiles rayos de sol alumbrándole la cara. Poco a poco fue recordando como la noche anterior se pasó hasta largas horas despierta, haciendo zapping sin dejar ninguna sintonía, hasta que sin ser consciente se quedó dormida en el sofá. El reloj de cucut que colgado en esa misma pared estaba, marcaba un poco más de las nueve y media de aquella mañana tan soleada y despejada. Nuevamente el timbre hizo acto de presencia escandalosamente, haciendo reaccionar a Samanta. Negó varias veces en un movimiento de cabeza, chirriando como un caballo, para poder despejarse lo más rápido posible.
- Ya va, ya va –dijo entre bostezos, caminando hacia la puerta.
- ¡Ya era hora zorra!
- ¡Matt! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me has encontrado? –se sorprendió Samanta sin poder evitar una exclamación de horror.
- ¿Te disgusta mi inesperada visita? –contesto con otra pregunta Matt.
- ¡Vete de aquí si no quieres que llame a la policía! –exclamó Samanta temblorosa.
- Ui mira que miedo me da, el gilipolla de tu amiguito –se burló Matt, con medio cuerpo dentro de la casa, sobrellevando el esfuerzo de su ex mujer, para que no entrara – ¿qué pasa perrita? ¿me echabas en falta? –le susurro al oído, acorralándola entre él mismo y la pared, al mismo tiempo que con una mano se tocaba su pene abultado.
- ¡¡Déjame en paz!! –gritó empujándole con unas fuerzas, que ni ella misma sabía que poseía, logrando hacerle retroceder unos pasos, aprovechando ella, para alejarse de su vera.
- Vaya veo, que te has hecho más fuerte, pero eso no va hacer que me desvié de mis intenciones más bien me da más fuerza –se aproximó a ella. Samanta notaba su aliento alcoholizado –tu me separaste de mi niña, aunque ya estoy consiguiendo mi propósito, hacerte sufrir, no es suficiente, no vas a conseguir que desaparezca de tu vida zorra, se puede decir que he vuelto a entrar nuevamente, y te vas a repentir muy caro por todo el mal causado, enterrar a tu hija solo ha sido una diminuta llama, del infierno en el que te vas haber envuelta, tu sufrimiento no ha hecho más que empezar –se separo unos pasos de ella, para contemplar, su rostro paralizado temblando de cabeza a pies como una hoja a punto de caer -no lo olvides estaré muy cerca de ti, no para darte una mano cuando estés a punto de caer al precipicio, sino, para empujarte y que caigas bien al fondo jajajajaja –dijo entre risas – la miró unos instantes antes de dar la vuelta y desaparecer por esa misma puerta, dando un portazo. Samanta se quedo petrificada, su respiración era acelerada, mirando fijamente por donde había marchado Matt. Todo su cuerpo temblaba, corrió a la puerta, dando con fuerza a esta con sus palmas de las manos. Se dio la vuelta, su espalda apoyada en la puerta. Un grito de histeria salió de su boca, continuando con su columna vertebral deslizándose a tierra, sin separarla de esta misma, terminando con su trasero en el suelo, sus piernas dobladas pegando a su estómago, sus brazos alrededor de estas, lágrimas que caían sin cesar con su cabeza enterrada entre sus brazos y piernas. Un nuevo timbrazo en la puerta la sobresaltó.
- ¡¡¡Vete!!! –gritó nerviosa e temblando.
- ¿Sam?
- ¿Ceily? ¿eres tú? –se sorprendió Samanta, al mismo tiempo se sentía aliviada. Con temblor aun en todo su cuerpo, logro ponerse en pie, e abrir la puerta, abrazándose a su amiga desconsoladamente.
Sam ¿Qué te pasa? ¿por qué estas llorando? ¿por qué estas temblando? –se preocupó la recién llegada – ¡será cabrón! –no le salió un adjetivo mejor – ¡hay que avisar a la policía!
A los pocos minutos…
- Samanta, ya estoy aquí ¿Cómo se encuentra? ¿está bien? Lamento haber tardado tanto había cola inmensa, y encima un coche patrulla estaba en medio y no me dejaba pasar ¿Qué ha pasado? –explicó nervioso.
- Yo cuando he llegado me la he encontrado así… -interrumpió Ceily.
- ¿Y usted es…? –desconfió aquel policía.
- Perdone no me presentado, me llamo Ceily, he venido a pasar una temporada con ella, por hecho de los últimos acontecimientos, que bien usted deberá estar al corriente.
- Ah usted bebe ser la amiga de quien nos hablo, yo soy el agente Burton, un placer conocerla –le estrechó la mano.
- Sam me ha hablado mucho de usted, me gustaría agradecerle todo lo que ha hecho por defenderla, y lo que le está ayudando en estos momentos tan difíciles –se expresó con sincero gratitud.
- No me tiene que agradecer nada solo he hecho mi trabajo, por otro lado es un verdadero placer, Samanta es una mujer, que se hace ayudar y querer, se lo merece todo –expresó mirándola con ternura –y hablando de trabajo –continúo aclarándose la garganta – ¿qué ha pasado para llamarme con tanta urgencia? –preguntó con exaltación nuevamente. Entre las dos amigas le explicaron todo lo ocurrido… -¡Será desgraciado! Tiene una orden de alejamiento.
- Pues ya ve, que se pasa la orden por las narices, este tío es un psicópata le acabará haciendo daño de verdad –opinó Ceily.
- No lo pienso consentir, me quedare haciendo guardia en el portal, todo el tiempo necesario, pondré una patrulla las veinti cuatro horas –propuso Timmy decidido.
- No, no es necesario, gracias de todos modos –agradeció Samanta con una débil sonrisa –este desgraciado de mierda solo quiere asustarme, sabe que tiene demasiado en juego si me toca, no va a conseguir dañarme más, ya nadie puede –expresó la última frase con tristeza.
- ¡Oh Sam! –le abrazó fuertemente Ceily.
- Cada vez le admiro mas, por el valor y la fortaleza que tiene –indicó con una tierna mirada –pero yo me sentiría mucho más tranquilo, sabiendo que alguien las protege.
- Es usted muy amable pero no tiene porque preocuparse, estaremos bien –le tranquilizó Samanta.
- Bien como quiera, pero no duden en llamarme al mínimo problema, tendré mi móvil en servicio las veinticuatro horas –las informó.
- Un momento, ¿es que se van a quedar de brazos cruzados? ¿No le van hacer nada a ese impresentable? –se sorprendió Ceily.
- Desgraciadamente la justicia está muy mal, y si no hay agresión física, esta no actúa –se lamentó.
- Entonces… ¿hay que esperar a que la maten? –preguntó sin rodeos Ceily.
- ¡No ni hablar, eso no lo pienso consentir de ninguna de las maneras! –expresó convencido el policía –como se atreva a tocarla yo mismo me cojo la justicia de mi parte –se sintió un pitido –lo siento pero tengo que marchar me reclaman por otro sector, no olviden nada de lo dicho, las llamaré más tarde –dijo antes de marchar, tras observar quien le reclamaba por el busca.
Esa tarde las dos amigas se pasaron las horas, hablando, recordando tiempos mejores, haciendo galletas e pasteles, tomando té, cuando el timbre de la puerta las sobresaltó. Las dos se miraron fijamente preguntándose << ¿y si vuelve a ser él?>>
- Espérate aquí Sam ya voy yo –le susurró indicándole que no saliera de la cocina.
- Ten cuidado ya sabes cómo es… -le recordó Samanta. Ceily le hizo un gesto exteriorizándole que no se preocupara. Con paso pausado abrió la puerta.
- Hay hola perdón me he debido equivocar buscaba a Samanta Crochet –se disculpaba ese muchacho alto, fuerte, pelo rubio, ojos azules, sin dejar de observar el numero de la puerta, dispuesto a darse la vuelta.
- No, no te has equivocado, Samanta vive aquí.
- Hola Maickel, que sorpresa pasa, pasa –se dejó ver la buscada –te presentó a mi amiga Ceily.
Mucho gusto –le estrechó la mano –me dijo el señor Burton su nuevo establecimiento, decidí venir hacerle una visita.
- Pos me alegro mucho que hayas venido, ¿te apetece un café? Estábamos haciendo pastelitos e galletas, si quieres ser nuestro conejito de indias… -dijo Samanta entre risas.
- Estoy encantado de serlo –dijo Maickel también con una sonrisa, cogiendo asiento probando esas delicias.
Los días pasaban, Samanta se sentía más segura e protegida con su amiga allí, juntas salían a pasear y divertirse a menudo, para así no pensar, ante las investigaciones que no avanzaban, y Timmy Burton ya no sabía qué hacer para darle buenas noticias a Samanta. Eran finales de diciembre, era una buena época, para salir e distraerse pero también una de las más tristes para quien había perdido a un ser querido. Samanta se negaba a recorrer esas calles tan iluminadas e ambientadas de lo más alegres, ya ni si quiera quería celebrar esas fiestas tan especiales como cada año. Su familia sus amigos intentaron convencerla de lo contrario, sin conseguir su propósito. Pero todos estos algo tenían en mente, pero necesitaban que esta saliera de casa, sin saber cómo lo lograron. Ceily, que su esposo aun estaba fuera, decidió no dejar sola a esa mujer que tanto la necesitaba, insistió en acompañarla pero esta dijo que no hacía falta, que necesitaba estar un rato sola, recalcándoles que no iba hacer ninguna locura, al contemplar el rostro de asombrados que pusieron. Bien abrigaba hundía sus botas en la nieve, con su largo abrigo de terciopelo, sin saber bien por donde sus pies la conducían, se dejaba guiar por ellos, sin ser consciente por donde la llevaban. Un estrepito le dio el corazón en detenerse y contemplar que estaba delante del cementerio donde yacía su hija. Poco a poco caminaba en dirección a la tumba correspondiente, grande fue su sorpresa al contemplar que no era la única, había dos velas coloradas, tal como ella había comprado, estaban encendidas sobre la tumba donde descansaba el cuerpo de Ruth. Los propietarios de estas allí se encontraban mirando fijamente el nicho de su fiel amiga, bien equipados ante el frío invernal, que les abrasaba, se abrazaban uno al otro, sus ojos humedecidos eran la prueba que habían estado llorando. El tacto de alguien les sobresaltó pero se abrazaron a esta al ver de quien se trataba. La recién llegada depositó su vela encendida al lado de las otras dos. No hicieron falta palabras, las miradas, los gestos lo decían todo, abrazándose entre los tres Samanta, Hillary y Dan, miraban fijamente aquel panteón perdido. 
Abrió la puerta de su casa, con un tanto de dificultad por las bajas temperaturas, quedándose sin palabras al encontrarse con la mesa bien preparada e decorada, con todos los manjares navideños sin faltar el famoso pavo de navidad. Samanta echó un vistazo por toda la casa, estaba del todo decorada cuando ella ni un solo adorno había puesto de su parte. Sus padres, Ceily, Timmy Burton, Maickel y Asly se sentaron alrededor de la rectangular mesa. Al verla todos se levantaron deseándole uno a uno en un susurro <<feliz navidad>> Asly aparte de esa frase, le cogió fuertemente la mano, dándole un beso en la mejilla.
- ¿Pero qué significa esto? –preguntó Samanta sorprendida –pensé que la navidad había acabado para nosotros.
- Sabemos que estas pasando un calvario, lo de Ruth ha sido una desgracia muy grande, pero la vida sigue hija, y es una tradición muy bonita para perdédnosla ¿no crees? –opinó su madre.
- Tu madre tiene razón cielo, ya hace cuatro meses de su muerte, sabemos que no es ni una milésima parte del tiempo que necesitas para superarlo, pero dejando de lado las tradiciones no te ayudará, más bien todo lo contrario –continuó su padre –ya ves que es una ceremonia bien personal comparado con otros años.
- Sí, ya veo… pero señor Burton, Maickel, ¿no tienen familiares con quien pasarlas antes que con nosotros? –se extrañó Samanta.
- No, mis padres murieron cuando yo era pequeño en un accidente de tráfico, no tengo hermanos, mis abuelos murieron hace tiempo –explicó Timmy.
- Yo bueno ya conocen mi historia, la única que me queda es Asly, y aquí está conmigo –expresó Maickel acariciando muy tiernamente la mejilla de su hermana.
- Yo les he preguntado, no les he amenazado con una pistola en la cabeza ni nada por el estilo –dijo la señora Crochet entre risas.
- Bueno dejemos de charlas que el pavo frío no vale nada –se fregaba las manos su marido deseando probar bocado a ese apetitoso pavo.
Eran pasadas la media noche cuando el timbre de la casa sonó, todos se miraron la puerta extrañados sin atreverse a ir abrir.
- Ya voy yo –se puso en pie Samanta, dirigiéndose a la puerta. Timmy y Maickel se levantaron de su asiento sin moverse de sitio.
- Hillary, Dan ¿Qué hacéis aquí a estas horas de la noche? ¿Cómo habéis venido? –se extrañó Samanta.
- Queríamos desearle feliz navidad… -dijo Hillary.
- Ya que en el cementerio no hemos pensado en deseárselo –finalizó Dan.
- También queríamos darle esto –le entregó una fotografía Hillary. Samanta la miró atentamente. Era una imagen de su hija con esos dos chicos –es de hace dos años, en aquel otro campamento de verano, seguro que Ruth desearía que la tuviera usted.
- Oh gracias chicos –les abrazó fuertemente.
Sentaos chicos, ahora íbamos a por el postre –les invitó la madre de Samanta, sacando de la cocina una bandeja repleta de turrones y polvorones de todos los gustos.
Muchas gracias pero tenemos al padre de Dan esperando fuera, hemos dicho que no tardaríamos –le recordó Hillary, observando cómo su amigo se ilusionaba él solo.
- Es cierto –bajó la cabeza con tristeza.
- Lástima… pero tened llevaos unos cuantos por el camino –les repartió la anciana del lugar.
- ¡Muchísimas gracias señora Crochet! -agradeció entusiasmado repleto de felicidad Dan, apoderándose de unos cuantos, empezando a saborearlos.
- Feliz navidad chicos –se sintió desde la mesa.
- Ma… Maickel –se sobresaltó Hillary, notando como le subían todos los colores.
- Parece que hay cosas que nunca cambian –le susurró Dan entre risas, dándole un suave codazo.
Shhhtttt calla –protestó Hillary a lo flojo.
- Por lo dicho chicos que tengáis feliz navidad –le estrechó la mano a Dan, y le dio dos besos en la mejilla a Hillary.
- I… igualmente… Maickel… -notó que se difundía Hillary -¡ah! ¡Te hecho un regalo de navidad! Pero lo tengo en casa –confirmó con lamentación.
- ¿a si? ¿me has hecho un regalo a mí? Pues… muchísimas gracias preciosa –dijo la última frase en un susurro al oído de la joven, rodeándola en un fuerte abrazo, tras un beso en la frente, dejando a esta embobada.
- Ahora sí que le has hecho buena Maickel, ahora estará atontada soñando despierta, tres meses seguidos –protestó Dan, observando el rostro de su amiga de brazos cruzados. Todos echaron a reír.

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