Aaron estaba pensativo, al mismo tiempo ilusionado, con una alegría que no podía explicar ¡conocería y estaría con Vanesa! El pequeño detalle, que le quedaba poco de vida no le importaba, sabiendo que podía acabar junto a ella. Quince de Enero. Hacía dos días que le habían dado el alta. Lo primero que hizo, fue telefonear a Vanesa, no estuvo consciente, que eran pasadas las once de la noche, hora española. Cosa que se arrepintió al darse cuenta, pero le alegro que le descolgara el teléfono ella misma. Quería explicarle la verdad, que no fue por la ruptura de la pierna que estuvo ingresado, pero al final colgó sin mencionarle el verdadero suceso. No pudo evitar emocionarse al escuchar la felicidad de la chica, al oír que estaba ya bien, de su propia voz. Pero si que le informo, que iría a conocerla, eso sería muy pronto, más de lo que ella pudiera imaginar.
Día sí y día también, sobre las dos del mediodía Aroa transportaba a Aaron en su vehículo dirección a un ciber, para que pudiera conversar interna ticamente con Vanesa. Aroa lo hacía con mucho gusto, solo con ver feliz a quien más quería valía la pena. Mientras que el joven chateaba, ella hacía recados, como ir de compras por ejemplo. Ya no le importaba que perdiera clases ¿ya de que servían? ¿Qué futuro le quedaba a Aaron? No lo sabía, nadie era consciente, ella lo único que le entusiasmaba le daba fuerzas, es verle feliz. El consejo de esta es que fuera sincero con Vanesa, para que ella misma pudiera elegir también. Aaron lo había intentado, de verdad que lo había hecho, por teléfono, por escrito… pero nada que no le salían los vocablos, ya sería por letras o palabras, eso que tenía entendido que por escrito era mucho más fácil, pero cuando veía la carita ilusionada y feliz de Vanesa, a través de cam, se le iban todas las fuerzas.
Los días pasaban, con la misma monotonía, desde que salió del hospital, de ciber a casa y de casa al ciber. Él no quería estar en ningún otro sitio, si no era para encontrarse con su querida Vanesa. Deseara que el teléfono sonara, no solo con su remitente, también la de su médico, para que le diera los avances, de ese apasionado viaje.
Cinco de febrero, diez de la mañana, Aaron, despertó por el teléfono insistente que no dejaba de sonar. Al ser consciente, dio un salto de la cama, yendo lo más deprisa que podía a descolgar.
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¿Sí? ¿Quién es? –preguntó sin casi aire.
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Aaron, soy el doctor Bayron…
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A hola doctor… dígame… ¿alguna novedad?
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Así es Aaron… ya tengo fecha para tu viaje a España.
Siete días faltaba, para que su gran aventura comenzara. Ya el doctor Bayron lo tenía todo preparado, incluso el más significante de los detalles. Mucho le había costado, pero logró encontrar, un barco, en el que no tenían muchas paradas, pero lo transportaban asta parís sin ningún tipo de problema. La embarcación, se titulaba el gran azul, no era muy lujoso, apenas marineros tenía, pero llevaban con ellos a Aaron, sin ningún tipo de inconveniente. El doctor de este, dinero tuvo que sacar de su bolsillo, no pocos billetes, pero, era lo menos que podía hacer, por culpa de él e compañeros, un joven, iba a morir en muy poco tiempo.
Aaron contaba los días, horas, minutos, segundos que faltaban para partir, por momento que pasaba, más ansioso se encontraba, deseaba que llegará ya el momento de embarcar. Ya había hablado por teléfono, con el capitán y los marineros, todos les parecía de lo más simpáticos y agradables. Lo único que se arrepentía de esa partida, es ver a su madre en plena tristeza ¿pero qué podía hacer él para que desapareciera ese sentimiento? ¿Dejar a Vanesa en la espera e entristecerla a ella? Él no veía ni justo ni caballeroso, sacar una sonrisa a una dama, a base de hacer llorar a otra ¿y a la inversa? ¿Dejar en soledad a su madre? Sería el mismo tema, Vanesa sería feliz, en cambio su madre lloraría como una magdalena… Aaron no sabía qué hacer… Vanesa o Aroa, Aroa o Vanesa, difícil elección demasiada… Cerró los ojos, decidió ser egoísta, y pensar solo en él, él también se merecía ser feliz, ahora sí, era su última oportunidad su madre lo entendería estaba seguro.
Llego el día tan esperado, Aaron madrugo bastante a la monotonía de siempre. Aroa también. Había pedido el día personal para ella, así poder estar con su hijo. Desayunaron juntos, algo rápido, partieron para el puerto indicado. Zarpaban desde Nova York, a pesar de tenerlo cerca, y un vehículo que los llevara, nunca se habían ido de turistas, más bien por falta de dinero y tiempo más que nada. A llegar, todas esas voces, se fueron poniendo cabeza, cuerpo y extremidad, para que mentir, todos se parecían bastante típicos marinos de alta mar… unos altos y delgados, por otro lado bajitos y gorditos, algunos bajos y delgados, otros altos y fuertes. Los había calvos, su cabeza como una bola de billar, otros con melena, algunos llevaban un pañuelo en su cabeza, en cambio, a diferencia, había otro numérico de marineros, que permanecían con su pelo, al aire libre, como un remolino, cuando este estaba en movimiento. Aaron estrechó la mano de todos. A primera vista, parecía que se iba a entender con todos, le daba la impresión que eran de lo más agradables.
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Tú debes ser Aaron ¿me equivoco? –preguntó quién debía ser el capitán. Era de los altos y fuertes, su pelo, corto y negro, llevaba una gorra como los capitanes que él había visto por la televisión o leído en los libros –soy el capitán Draque un placer chico –le estrechó la mano.
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Igualmente capitán –se erecto con sus dedos en diagonal, rozando su frente, tal como había visto en las películas.
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Jajaja, descanse, usted está aquí para disfrutar del viaje, nosotros para complacerte ¿preparado para partir? –preguntó observando las dos maletas, que llevaba el recién llegado como equipaje, al mismo tiempo que el confirmaba –pues deje que mis marineros les ayude, a cargar con unas mochilas tan pesadas.
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Gracias –agradeció Aaron emocionado, notando como llegaba el momento de conocer a su princesa –Aaron… -escuchó la voz de su madre –mama… -respondió él. Se miraban a los ojos, no hacían falta palabras. Madre e hijo se abrazaron –mama no quiero que sufras todo irá bien ¿de acuerdo?
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No voy a sufrir porqué se que vas a ser feliz, tu felicidad es la mía, solo te pido una cosa…
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Lo que quieras mama.
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Se feliz, no te arrepientas de nada lo que hagas, lucha por lo que desees, estoy orgullosa de ti –le abrazó Aroa.
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Te lo prometo mama, también te prometo, que no me perderás sin antes volverme a ver, yo también quiero pedirte un favor, se feliz por favor, hazlo por mí por favor
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Lo intentare, cuídate mucho hijo mío, te quiero y te querré siempre.
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Tu también cuídate mama, pase lo que pase, jamás te olvidaré –se volvieron ajuntar en un tierno y profundo abrazo, antes que Aroa, pudiera observar como Aaron, subía al barco. El aviso que ya se ponían en marcha, se hacía notar. Desplegaron velas, comenzando andar. Aroa se despedía de Aaron efusivamente. Este también de ella, hasta que se perdieron de vista, uno del otro.
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