domingo, 12 de julio de 2020

Desaparecida en la oscuridad. Capítulo 3




Los ojos de Ruth se abrieron, teniendo como primera imagen, el paisaje, que quedaba atrás, a medida que estas avanzaban. Con sus ojos medio cerrados aun, se fue incorporando en su asiento, intentando recordar, la última escena vivida, para situarse donde se encontraba. Estaba en el asiento trasero de su coche. Pudo ver como su madre, la miraba a través del espejo retrovisor de dentro, dedicándole una sonrisa. Ruth le giró la cabeza.
  • As dormido mucho rato, se nota que estabas cansada –intento mantener una conversación Samanta, observando como su hija, seguía sin dirigirle la palabra, la palabra ni la mirada, su vista estaba clavada, aquel cielo tan claro, sin ninguna nube que pudiera estropearlo que si miraba a través del cristal de su puerta, no se parecía nada a su interior. Si se pudiera descifrar sus sentimientos como aquel clima, sería, un cielo bien gris y penetrante, con lluvia intensa cayendo y rayos e truenos sobresaltando –ya no queda mucho para llegar –dijo con la intención de enfriar toda aquella situación, en el que no conseguía resultado. Hubo unos minutos de silencio –hace un rato, tu móvil a hecho un ruido, como si te hubiesen enviado un mensaje –dijo mirándola por el espejo retrovisor de dentro. El cuerpo de su hija se desplazó, atrapar su chaqueta, metiendo una de sus manos, en uno de los bolsillos, sacando lo que buscaba. Su móvil, pudiendo ver como efectivamente su madre no se equivocaba. Tenía dos mensajes de parte de sus dos mejores amigos. Los dos textos eran muy parecidos – ¿quien te ha escrito?
  • Hillary y Dan –fue la respuesta seca de Ruth.
  • ¡A que bien! ¿Qué dicen?
  • Que me desean mucha suerte en Trolex, que por nada del mundo perderemos el contacto.
  • ¿Ves que bien? ¡claro que si! ¡tenéis una amistad demasiado fuerte, para que se acabe por un traslado! –le animó Samanta.
  • Si… claro… -respondió Ruth, ignorando por completo, esa alegría.
  • Cariño –acabo diciendo Samanta, sin dejar de observar a su hija por el retrovisor, tras un largo suspiro –se que esto te esta siendo muy difícil, pero si lo hago, no es para fastidiarte ni mucho menos, lo hago, para que no corras peligro, para que estés bien. Ya se que te he obligado a dejar una vida atrás, pero ya ves que tus amigos no se han olvidado ni se olvidaran de ti, tu tampoco lo harás, y es posible que algún día volvamos, aun y así, no olvides que la semana que viene marchas dos semanas enteras con ellos, el trayecto no está tan lejos, para ir y venir de tanto en tanto, casa de los abuelos tienen habitaciones de sobra, para ellos -le recordó con el intento de sacarle una sonrisa a su hija. Ruth no le correspondió.
Madre e hija permanecieron calladas, un pequeño rato, en el que Ruth, pudo ver un cartel que ponía <<Trolex a quince quilómetros>> no tardó mucho tiempo a ver otro <<Trolex a diez quilómetros>> y las agujas del reloj, no recorrieron gran cantidad su recorrido, cuando otro cartel indicaba <<Trolex a cinco quilómetros>>
  • Acabamos de llegar a Trolex –informó Samanta. Ruth, lo pudo comprobar por un cartel que lo afirmaba –en cinco minutos estaremos en casa de los abuelos.
El vehículo se detuvo, tras de subir una pendiente, enfrente de una gran masía, con gran terreno al aire libre, con algún árbol, de donde sobresalía alguna casta de básquet, mientras que sus frutos, predominaban encima de las capas de estos, dos pastores alemanes les fueron a recibir, moviendo su cola con felicidad. Había diferentes cuadras, donde se observaban diferentes animales; vacas, ovejas, cabras, cerdos… en el tejado estaba el gallo, resonando su cante. A un lado de ese patio, había un pequeño huerto con diferentes, verduras e hortalizas, si todo continuaba igual un poco mas para abajo del camino, había un estanque con patos, y un pozo "hace tiempo que no venía visitar a los abuelos, pero aun y así, la casa a primera vista estaba tal cual recordaba" empezó a pensar mientras que se bajaba del coche, sin quitar los ojos aquella masía. Hacía mas de dos años, que Ruth  no veía aquella casa, en una cena navideña, desde ese entonces, su madre quería a ver venido mas a menudo, pero su padre no se lo permitía, como tantas otras cosas, como ponerse guapa y maquillarse para salir, según él iba provocando a los hombres, aunque fuera bien tapada sin ir escotada y con pantalones anchos. Tampoco la dejaba salir con sus amigas, decía que si no salía con él, no salía con nadie, que el único que podía gozar de su presencia he compañía era él, sin excepción ninguna, y si se enteraba que hacía algo, que no le permitía, ya le esperaba una buena paliza. Matt era un monstruo, Ruth debía estar orgullosa, de que hubiera llegado ese fin y estar junto a su madre ¿entonces por que la joven no se se sentía así? ¿Era por el hecho de la separación o por el hecho que su Samanra había echo un cambio en su vida sin consultarle nada? Se decantaba por la segunda. La puerta de la casa se abrió, asomándose dos figuras, ambas era bajitas, rellenitas, cara a la luz se pudo contemplar a una mujer, con gafas, pelo blanco, ojos azules. Pegado a ella se encontraba a un hombre, con barriga especialmente, tenía poco pelo, este era tan canoso como el de su esposa, llevaba un bigote de ese mismo color. <<Siempre he pensado que los abuelos mas que marido y mujer parecen dos hermanos>> pensó para sí, la adolescente.
  • ¡Ruth dale un fuerte abrazo a tu abuela! –se abalanzó sobre ella, esa anciana, sin que ella pudiera impedirlo.
  • No le agobies mujer, que acaba de llegar –le reprocho el hombre.
  • ¡Cállate anda, deja que abrace a mi nieta, que hace mas de dos años, que no lo hago! –defendió la mujer, chafando a Ruth.
  • Nada hija, ya lo intentado –se encogió de hombros el abuelo.
  • Mama, tranquila, que la tendrás contigo una buena temporada, no me la tortures por favor –dijo entre risas Samanta.
  • ¡Es que yo no entiendo, como has tardado tanto en dejar a ese impresentable! –dijo la abuela de Ruth, dejando en libertad a su nieta.
  • Por una vez estoy de acuerdo con ella –apoyó su esposo, acercándose a su esposa.
  • No es tan sencillo dejar a alguien, aun mas cuando es violento, y hay un hijo de por miedo –explicó Samanta, situándose tras Ruth, posando sus manos en los hombros de ella. El ambiente se tensó.
  • Bueno, bueno, lo importante, es que ya has hecho el paso mas duro –hablo la abuela –vayamos dentro, que tengo la comida en el fuego, esperando a ser probada.
La casa estaba tal como Ruth recordaba, una entrada, en el que el único mobiliario que había era una mesita, con un espejo encima, continuabas caminando, te encontrabas el salón, una espaciosa sala, con una amplia chimenea, en el que se observaban sus abundantes llamas resaltando, en el fuego, entre las cantidad de leña, que habitaba, en el suelo, había una espaciosa alfombra. A un lado había un sofá, enfrente de este, una mesa construida manualmente, con una pequeña televisión encima de esta, en el que su única visión era en blanco y negro. En medio de una de esas paredes, sobresalía otra puerta, la cocina, esa parte de la casa, que de una larga mesa de madera y seis sillas de ese mismo material. Empotrada en la pared, se encontraba la pica, encima de esta, había una ventana con cuarterones, en el que se observaba el exterior. La pica estaba oxidada, y el poyete que se encontraba justo a su lado, también era muy viejo, la cocina, era de las primeras que salieron de la historia. Ruth pudo ver que en ella, se estaba acabando de cocinar la cena, en el que no tardaron en servirla, sopa de fideos bien escaldeante <<con el calor que hace santo dios>> pensó Ruth. Que ella recordara, no tenían electricidad en aquella casa, por lo que podía observar, seguía igual la cosa, ya que estaban alumbrados, por unas cuantas velas encendidas sobre la mesa, mientras, que se alimentaban.
  • Vayamos arriba, me gustaría mostraos las habitaciones –dijo la abuela.
Ruth, empezó a subir las viejas y oxidadas escaleras, por escalón que subían chirrido que sentía, siguiendo a su madre, iba tras de su abuela, que llevaba una vela como única alumbración. Un aire frío recorría todo el pasillo, un estornudo salió por la boca de Ruth, encogiéndose con los brazos. A Ruth le pareció escalofriante. Al subir el último escalón, con su respondido chasquido, tenía ante sus ojos un largo, oscuro y frío pasillo. La joven no pudo evitar, arrimarse mas a su madre, en el que seguía a su abuela, que quien llevaba las riendas y la iluminación por una vela.
  • No le deis importancia, a la cantidad de polvo y suciedad que hay por favor, necesita una buena sección de trapo y plumero –les pidió la abuela, algo avergonzada.
  • Sí, hace siglos que no limpia por aquí arriba –saltó el abuelo.
  • ¡Anda ya! ¡que exagerado! ¡la limpie la semana pasada! –defendió su esposa indignada con sus brazos en la cintura –normalmente lo hago una vez por semana –explicó a su hija e nieta. Se detuvieron en la cuarta puerta del pasillo –esta será tu habitación Ruth, ha ver si te gusta –dijo abriendo la puerta, que chirrió, al hacerse la acción. No era una sala muy espaciosa, era más bien estrecha y pequeña, no se deslumbraba mucha claridad, pese de haber aun albor, en que se traspasaba por una pequeña y precisa ventana. La dueña de esa habitación miro a su alrededor:  una cama, un armario y una mesita de noche, es lo único que habitaba ese espacio.
  • Bueno no esta mal ¿verdad hija? –rompió el silencio Samanta, mirando a Ruth, con una sonrisa forzada.
  • Si tú lo dices… -respondió Ruth, sin mostrar un mínimo de entusiasmo. Su familia continuó con la visita, de mientras ella, se sentó en su nueva cama, entre penumbra de la poca claridad que entraba, destacando la oscuridad correspondiente. Su cerebro empezó a trabajar muy deprisa, imágenes de Hillary y Dan, de sus padres, las fuertes discusiones que tenían, las palizas correspondientes, aquella masía que de la noche a la mañana había ido a formar parte de su vida, después de mas de dos años que no pisaba un pie en ella, y las nuevas novedades, que a partir de ese día le tendrían preparado el destino, se preguntaba si seria capaz, de superarles sin ningún percance en el camino.

Eran cerca de las dos de la madrugada, Samanta se encontraba en la cocina de la casa, a beber un vaso de agua. Le pareció sentir un ruido. Dirigiéndose muy sigilosamente, caminó, guiándose por esos sonidos. La condujeron al salón. Asomo la cabeza por la puerta, con mucha delicadeza, observando a la chimenea encendida, sus llamas sobresaltaban fuertemente, con mucha intensidad. Enfrente de esta se encontraba Ruth Parcker, con sus piernas pegadas entre ellas dobladas, con los brazos de su propietaria rodeándolas fuertemente. Samanta pudo notar como el fuego se dibujaba en la mirada penetrante de su hija, se notaba sus ojos como brillaban a través de esas llamas.
  • Ruth –decidió dejarse ver Samanta.
  • Mama –se sobresaltó la adolescente, secándose rápidamente los ojos con la manga del pijama.
  • ¿Qué haces aquí cariño? –se sentó a su lado esa madre preocupada.
  • No podía dormir, quería estar sola y pensar, aquí al lado de la chimenea encendida, ayuda mucho, es mas, estaba muerta de frío –explicó notando que un escalofrío se adueñaba de todo su cuerpo.
  • Sí es una casa muy fría como lo ves, los abuelos están hechos a la antigua, no han sentido hablar nunca de la calefacción, y aun menos, del gas natural –dijo Samanta, con la intención de sacar una sonrisa a su pequeña.
  • Ya veo –fue la única contestación de la joven. Unos minutos de silencio, se apoderó de aquel salón.
  • Siento mucho haber hecho las cosas sin consultarte nada, pensé que era lo mejor, no quería ponerte en peligro, ni provocarte mas sufrimiento, ahora me doy cuenta que me equivoqué, que eres lo suficiente mayor, para informarte de todo y extraer tu opinión –se disculpó Samanta.
  • No mama, quien se tiene que disculpar soy yo, e sido una imbécil y una egoísta, debí entender, que si reaccionaste así era por mi bien, lo siento –dijo Ruth, avergonzada. Samanta, le acarició dulcemente su mejilla mas cercana, con una sonrisa.
  • Hoy me ha llamado el señor Burton –dijo Samanta, mirando fijamente las llamas que salían de la chimenea.
  • ¿A si? ¿Qué quería? –preguntó Ruth con curiosidad mirando a su madre.
  • Saber como estábamos, se quedó preocupado por como nos podía ha ver afectado la llegada inesperada de tu padre. Me ha dicho que te de un abrazo de su parte
  • Es buen tipo, se preocupa por nosotras –dijo Ruth.
  • Sí, es cierto –dijo Samanta, sin quitar la vista de las llamas, abrazando a su hija. Ambas se quedaron abrazadas, calladas mirando esas llamas ardientes protagonizadas por la chimenea, sin que fueran conscientes, se quedaron dormidas
Los días iban pasando, Ruth se iba acostumbrando cada vez mas, a esa casa, a esa nueva vida, que estaba empezando <<tampoco esta tan mal vivir con los abuelos>> decía para sí <<ya tenían razón Hillary y Dan que te consienten mas>> solo quedaba que pasara un fin de semana para que al fin llegara esas mini vacaciones absolutas, sin padres, que les controlaran. Estaba el profesorado si, y los monitores también, pero estos se parecían bastante a los abuelos les consentía mas de lo que querían. Era domingo por la mañana, de ese catorce de julio, Ruth estaba fregando los cacharros, de tanto su madre barría, y su abuela, sacaba el polvo. Su abuelo en cambio estaba en el pequeño huerto que tenían cuidando de sus hortalizas. El móvil de Samanta sonó. Después de que le costara sacarlo, de su bolso, con las manos mojadas, descolgó.
  • ¡Matt eres tú! ¿Qué quieres? –preguntó Samanta, dejando de hacer su labor, al igual que su madre e hija pendiente al teléfono –ei, ei, ei, no me grites ¿eh? ¡Si no quieres vértelas con mi abogado! cabronazo eres tu ¿te enteras? ¿Vas a decirme para que me as llamado o voy a tener que llamar a la policía? –abuela e nieta podían escuchar perfectamente, los gritos e insultos de ese receptor.
  • ¡Cuélgale ya hija! ¡no dejes que te humille de esa forma! –dio su opinión la madre de esa mujer preocupada, dispuesta a colgarle el móvil. Samanta le hizo un gesto para que se detuviera.
  • ¿¿Que?? ¿¿Que quieres tener a Ruth en la segunda quincena de julio?? –a Ruth se le abrieron unos ojos como naranjas –Matt no puede ser… tienes una orden de alejamiento, ni siquiera esta llamada está permitida... ¡¡Eh no me insultes!! Ni siquiera tienes permitida está discursión, estoy teniendo mucha paciencia, sabes bien que tengo la justicia de mi lado –hubo unos segundos de silenció. Samanta tenía que detener a su madre para que no interfiriera, mientras que discutía con su ex –¡escúchame! –se volvió a sentir –No tengo porque darte ninguna explicación, por los motivos que te acabo de recordar, pero con todo, te la voy a dar, espero, te suplico, que sea la última vez que hablemos, la segunda quincena de julio, Ruth se va con el colegio, por eso te digo que no la puedes tener, ¿Cómo que no vaya? ¡¿Que significa eso?! ¡¿Me estás amenazando?!  -atemorizada, colgo su telefono.
  • Mama, ¿que ha pasado? –preguntó nerviosa Ruth, al ver que su madre tan asustada.
  • ¿Qué te ha dicho ese desgraciado? –preguntó la abuela.
  • Me a colgado –dijo aun sin creérselo Samanta.
  • Es lo que tenías que haber hecho tu ya hace rato, dinos, ¿Qué te ha dicho? –se interesó la abuela.
  • Me amenazado,que como se me ocurra decir algo a las autoridades o mi abogado, como no le deje ver a Ruth  ocurrirá algo que nos arrepentiremos el resto de nuestras vidas –dijo un tanto paralizada, asustada.
  • Vaaaaaaa ese mucho hablar y a la hora de la verdad es un bocazas, solo quiere asustarte –le animó su madre.
  • No mama, Matt es muy capaz de todo, con tal de verme sufrir....
  • ¿Qué vamos hacer mama? –preguntó Ruth asustada, ahora mirando a su abuela, ahora mirando a su madre.
  • Tu no te preocupes cielo, ya pensaremos en algo... abrazó con fuerza Samanta a Ruth.

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