Visto desde fuera el hotel era enorme. Madre e hijo lo miraban todo lo alto que pasaban los tres metros. El propietario del taxi, estaba con ellos, con las maletas de los recién llegados en mano.
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Como pueden ver allí, a la izquierda se encuentra el hospital George Windey en el que se ha encargado de la reserva correspondida –les informó, junto a un gesto de su mano –ahora si no encuentran problema, entraremos en el hotel, que ya esperan su llegada –Aaron y Aroa, afirmaron, tras un gesto de observarse a los ojos. Sin pensárselo mas los tres entraron, por la puerta giratoria encontrándose, una espaciosa recepción; tras un largo mostrador, había una chica de venti pocos años, de buen tipo, castaña de ojos verdes, atendiendo a quien la reclamaba, con la venta de gominolas. Sofares de terciopelo, mesas redondas cubiertas por un mantel blanco, sillas alrededor de estas ocupaban ese salón.
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Bienvenidos al hotel Clopton –les recibió un hombre moreno de piel, delgado, su pelo bien corto. Vestía uniforme con corbata –les estábamos esperando, les deseo una feliz estancia, espero, que les sea de lo más agradable.
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Muchísimas gracias, mi hijo y yo les agradecemos de todo corazón lo que están haciendo por nosotros, todas las molestias que les estamos causando todos los gastos que les estamos gastando.
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Para nosotros sí que es verdadero placer, tenerles en nuestro hotel, esperamos que se sientan como en su casa.
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Es usted muy amable seguro que sí, que nos sentiremos de lo más a gusto.
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Bien si me disculpan, yo me separo, tengo más pedidos a los que responder –se excusó el taxista haciendo un gesto que era muy parecido a una reverencia.
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Muchas gracias a usted también –le agradeció Aroa.
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Gracias a ustedes, para mí ha sido un placer, que tengan buena estancia, que los médicos resulten como esperan.
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Gracias –ahora fue Aaron quien hablo.
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Si desean les acompañamos a sus habitaciones –les propuso ese represéntate.
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Nos encantaría –escucho como respuesta.
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Estiff –dio dos palmadas, esperando la llegada de alguien. Este no tardo en aparecer. Su pelo era corto y negro, de treinta pocos años, delgado. Con el uniforme que llevaba, se veía claro que era el porta maletas del hotel.
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¿Me ha llamado señor? –preguntó sin jorobarse ni un milímetro.
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Así es Estiff, acompañé a estos huéspedes, a su recámara, la nueve cientos quince.
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Sí señor, acompáñenme por favor –les invitó ese joven cogiendo el equipaje de madre e hijo. Caminaron dirección al ascensor que no tardo ser llamado. Delante de sus ojos se encontraron un espacioso rectángulo. Via frontal, era pleno espejo. A la derecha, había una barra con diferentes botones, que se identificaban como todos los pisos, dieciocho para ser exactos. A medida que iban subiendo, se notaba en esos botones, un fluorescente de su parte <<piso noveno>> se escuchó, al mismo tiempo que sonaba una especie de melodía. Todos los presentes eran testigos de cómo el aparato no tardó en elevarse, deteniéndose en la novena planta. Se escuchó nuevamente esa frase con esa melodía. La nueva visión de Aroa y Aaron, era un largo pasillo, con puertas en derecha e izquierda de madera blanca, sobre cada puerta, había un número que correspondía a cada habitación. Las paredes estaban pintadas de un amarillo fuerte. Siguieron con paso decidido al botones, hasta que pudieron ver que se detenía en la nueve uno cinco. La abrió con una llave, invitando a sus acompañantes que también echaran un vistazo. Era un espacio mayor de lo que esperaban las ventanas estaban abiertas, el aire de fuera hacía mover las cortinas de un azul celeste, un armario empotrado de madera blanca, se encontraba en una esquina de la habitación. En el centro, una cama que pese que era para una persona parecía que fuese de matrimonio, con una mesita en una esquina de esta. Aun lado había una puerta corredera de cristal, en el que se encontraba el cuarto de baño. No era muy espacioso, pero en él se podía contemplar, un plato de ducha, con una mini estantería en la pared, una mampara, que rodeaba lo anterior. El váter estaba enganchado a la pared, no al suelo. Allí mismo empotrado a la pared, tenían presente las dos cadenas que se accionaban con solo presionarlas, dependiendo si se quería tirar más o menos agua. El lavamanos al igual que el váter estaba empotrado a la pared, encima se hallaba un espejo de mediana estatura. Volvieron a salir a la habitación. El lleva equipajes, les hizo constancia que había otra puerta, en el que al abrirla, se encontraron con otra habitación y cuarto de baño idénticos a los ya vistos, con la única diferencia de colores, en las ropas y paredes – ¿qué les parece?
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Es esplendida, ideal para nosotros, así podre acudirte al momento si tienes un ataque –le informó Aroa a Aaron.
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Me alegra que les agrade, si les apetece, les puedo mostrar las diferentes salas de este hotel.
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Nos encantaría si no es mucha molestia claro –aclaró Aroa.
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Molestia ninguna, lo único que quizás ya me tienen faena recomendada, pero estoy convencido que él señor Windey se lo mostrará encantado, si me acompañan… -les ofreció el joven.
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Le seguimos.
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No está nada mal ¿verdad hijo? –preguntó entusiasmada, recorriendo el pasillo, después de observarlo todo.
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La verdad es que no, al menos abra valido la pena este viaje, para unas agradables y cómodas vacaciones –fue la respuesta de Aaron con sus brazos en su nuca, como si de un detenido se tratarse, con una actitud de alegría, por primera vez en días. Sus caminos se separaron, el joven se fue al bar musical, a refrescar su garganta seca. Aroa, no tardo en atrapar su toalla, con su bañador puesto, dirigiéndose al jacutzzi…
El resto de las horas que faltaban para que acabara el día, por separado madre e hijo lo aprovecharon para investigar cada esquina de ese inmenso hotel. Se encontraron en el restaurante para cenar cuando eran cerca de las diez de la noche. Las doce campanadas sonaron en el reloj de pared de la entrada indicando media noche, hora en el que los recién llegados, ya cansados, decidieron poner fin a ese día, e marchar a descansar, sin dejar de recordar, que el día después, se presentaba largo y definitivo.
A la mañana despertaron temprano, para tener tiempo suficiente para prepararse, para esa visita tan esperada. Tras de prepararse, bajaron al restaurante, a desayunar, en el que tuvieron delante de sus ojos, un bufet libre bien completo; leche, café, zumos, frutas, pan, mantequilla, crema de cacao, bollería… Tras un apetitoso y completo desayuno, madre e hijo comenzaron andar dirección al hospital, sin prisa pero sin pausa, caminaban hacía el centro médico, fijándose, en todo su alrededor. El sol estaba bien visible, aunque el frío también se hacía notar, dejando que esos rayos se agradecieran. A pesar de ser ciudad, había bastante zona verde visible. Los carteles visibles, estaban en Alemán, no entendibles para los recién llegados. Las puertas automáticas, les dieron la bienvenida de ese centro médico, tanto por fuera como por dentro, se notaba una imagen de recién restaurado. Para el gusto de Aroa, el resultado había dado más que aceptable. Se acercaron al mostrador de recepción indicando apariencia. El recepcionista, un chico joven, le indicó que tenían que subir a la segunda planta, allí, hacer acto de presencia. Su acento era bien alemán, al mismo tiempo que les señalaba con su dedo, los elevadores. Estos no tardaron en ir hacía allí. Cuando la puerta se abrió pudieron comprobar que el espacio era amplio, como el resto del hospital, acababa de ser restaurado, concluyendo de lo más moderno. Este estaba repleto. Madre e hijo subieron, escuchando varias conversaciones, en un idioma desconocido. Agradecieron la llegada al segundo piso, era un pasillo con paredes azul celeste. No había muchas puertas, pero las pocas que había, enfrente, se encontraba una sala de espera. Aaron observó que estas estaban numeradas, con el apellido del médico debajo. No pasaban del número cuatro. Se fijó que su madre, caminaba directa a la pequeña cola de personas, que se encontraban en el mostrador, esperando su turno, sin tardar en ser atendida y volver a su lado.
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Tenemos que ir a la puerta cuatro –le informó sentándose en una de las sillas que había frente esa puerta, fijándose también que letreaba el apellido de ese doctor, Simpson. No tardaron en ser llamados, por la mente de Aaron no podía evitar, la imagen de esos personajes de dibujos, esos personajes con su color de piel amarilla, que él observaba cada tarde los simpson ¿tendría su médico la misma pinta que Homer? No pudo evitar reírse – ¿qué ocurre? –se interesó Aroa, en el proceso de entrar a la consulta.
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Nada, nada, me acabo de acordar de algo gracioso no es nada importante –le contestó Aaron esforzándose en volver a la seriedad. No tardo en averiguar, que no se encontraba frente ningún animado de televisión, más bien frente a un asiático, con rasgos más que destacados, delgado, pelo corto.
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Hola Aaron y compañía me imagino, que esta mujer que te acompaña es tu madre –dijo en ingles, sin dejar de apuntar algo en un papel.
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Así es, soy su madre.
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Pos siéntense los dos –les invitó viendo como accedían –nos alegra muchísimo que estés aquí Aaron, que hayas aceptado operarte.
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Yo no he aceptado operarme doctor –se fijó como este levantaba la vista sorprendido –yo estoy aquí para que me digan que posibilidades tengo, las buenas y las malas, quiero saber todas estas, depende lo que me digan haré una cosa o otra.
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¿Y qué esperas escuchar? –le pregunto.
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Sinceramente, que las posibilidades de que salga inmune son realmente mínimas, mas pruebas de las que me han hecho no me pueden hacer, los resultados no van a cambiar por muchos países, por muchos especialistas me visiten.
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¿Usted señora que opina? –se intereso por la opinión de Aroa.
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Quizá piense que soy una incrédula y fantasiosa, pero algo me dice, que esta vez va salir diferente que va a salir bien.
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Claro que sí, es que no tiene porque salir mal, perderle no le va a perder.
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Pero yo no me voy a operar para quedarme como un vegetal –interrumpió Aaron.
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Y no te vas a quedar como un vegetal –le respondió el doctor con una sonrisa
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Pos en Estados Unidos no me dijeron lo mismo –no tardó en decir Aaron desconfiado.
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En tu país no disponen de los elementos necesarios, para que esta operación salga con éxito, pero nosotros si, por eso te digo con verdadera certeza e seguridad, que saldrías de la operación vivo y sin ninguna secuela.
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¿Está usted seguro de eso? –preguntó Aaron incrédulo.
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Plenamente, sino ¿por qué crees que te han enviado para acá?
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Lo han hecho con esa condición aquí me operaban, pero había un noventa por ciento de posibilidades que quede como un vegetal.
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¿¿Un noventa por ciento dices?? Sin dudarlo esos médicos se han equivocado por completo, con las nuevas tecnologías que tenemos en nuestro alcance, si es cierto que pocos hospitales los tienen, pero afortunadamente nuestro centro tienen en su custodia esos materiales, en el que hará posible que tu enfermedad termine para siempre y sin secuela ninguna, al noventa por ciento.
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¡Eso es maravilloso! –exclamó con felicidad Aroa.
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¿Qué dices entonces Aaron? –Aaron no sabía que pensar, le parecía muy raro todo aquello, unos una cosa, otros todo lo contrario, ¿a quién creer? Le hubiese gustado hablarlo en privado con su madre, pero podía notar como ella ya había decidido, la escuchaba como le suplicaba en murmuros que dijera que sí a la operación. La miró, el brillo en sus ojos, y la posición de sus manos suplicantes, indicaba que no se equivocaba. Tras pensárselo durante un corto tiempo, miro, primero al doctor –que esperaba también una respuesta con sus brazos cruzados sobre la mesa –después a su madre. Seguidamente, dio un largo suspiro con una última frase:
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Está bien acepto me operare –en menos que se diera cuenta, recibió el cuerpo de su madre, que le dio un fuerte abrazo.
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