domingo, 12 de julio de 2020

Desaparecida en la noche: Capítulo 5



El tren empezó a coger velocidad. Ruth, cerró la ventana, sentándose en esos asientos colorados, de la derecha, pegando al cristal, con esa pared amarilla. Enfrente de ella estaban sus mejores amigos desde la infancia. Se conocieron cuando tenían tres años, empezando preescolar. Desde el primer día, habían hecho buenas migas, y asta ese entonces jamás se habían separado, parecían los tres mosqueteros <<todos para uno y uno para todos>> deseaban que a pesar que después de esos quince días, sus caminos se descarrilaban, que jamás esa amistad, desapareciera del todo. El paisaje mostraba campos, y casas, habitadas en ellos, pagases cultivando, sembrando y trabajando en ellos, que estaban todos bien verdes y cuidados. El cielo estaba bien despejado, el sol, se iba haciendo notar, alumbrando, calentando esos terrenos.
Los tres amigos, estaban en silencio, mirando a través de los cristales. Había movimiento fuera de ese vagón: risas, charlas, pasos, corridas, los gritos de los cuatro profesores, poniendo orden… en cambio ellos callados, sin moverse, querían decirse muchas cosas, sobre todo Ruth, quería explicarles los acontecimientos de las ultimas veinticuatro horas, pero no se decidía a dar el paso. Hillary y Dan, no se atrevían a preguntar. Un ruido, rompió ese silencio:
  • ¡Dan! –exclamó Hillary mirándole con mala cara.
  • Lo siento es que tengo hambre, y mi barriga reclama –contestó Dan, algo avergonzado.
  • Tú como siempre –dijo Ruth entre risas – ¿qué no has almorzado?
  • Claro que sí, un tazón de cereales Kellogs, un bocadillo de media barra, con jamón salado, dos grandes trozos de sandia, y melón, y para acabar un zumo de naranja –numeró Dan notando como su boca, se hacía agua.
  • Pregunta tonta he hecho –dijo Ruth, haciéndose la despistada, entre risas.
  • Joer, yo con el tazón de cereales, ya tengo mas que suficiente –dijo Hillary, empachada de nomás setirlo.
  • Pues ya ves que yo no –dijo Dan, con sus manos en la tripa con mala cara –tranquilas, no os impacientéis, que aun queda, para que os pueda alimentar.
  • ¿No te as traído nada para comer por el camino? –preguntó Ruth.
  • ¡Que va! –dijo negando con la cabeza angustiado –ya se lo he dicho a mis padres y su contestación a sido <<con lo que has desayunado, ya tienes que tener asta la hora de comer>> -dijo la última frase burlándose –ya se enteraran ya, cuando llegue, ¡les pienso vaciar la nevera!
  • Anda que tus padres, como si no te conocieran… -dijo Hillary. Ruth, empezó a rebuscar algo, en su mochila, que había subido para ella, mientras que la otra, la había dejado abajo, en el maletero, con el resto de equipajes. Sacó de ella, un bocadillo ofreciéndoselo a Dan.
  • ¿Eh? ¿qué es esto? ¿es para mí? –preguntó sorprendido Dan viendo como su amiga se lo ofrecía con una sonrisa, en sus labios.
  • Sí, tengo dos bocadillos de queso, no me los comeré los dos, por eso te doy uno, ya que dudo mucho que tu estómago aguante asta que comamos –se expreso Ruth.
  • ¡Oh gracias Ruth! ¡eres una gran amiga! –se levantó de su asiento Dan dando un suave beso en la mejilla, a la joven.
  • No me seas pelotero, si lo hecho es porque eres mi amigo, te tengo muchísimo cariño –le aclaró Ruth.
  • Y porque si no se te da, nos darás la paliza toda la mañana –recordó Hillary con disimulo.
  • ¡Yo también os quiero chicas! –exclamó Dan haciendo caso omiso a ese comentario, pegando bocados a ese bocadillo.
  • Ruth, te noto un poco decaída ¿ha ocurrido algo que no sepamos? –preguntó Hillary preocupada. Una parte de la atención del bocadillo, que ponía Dan en él, fue a pasar a Ruth.
  • Bueno… si… -se acabo de decidir Ruth explicándoles la llamada y todo lo sucedido, del día anterior.
  • Joer que fuerte –dijo Dan tragando saliva, con el último trozo de bocadillo que le quedaba.
  • ¿Estas asustada? –preguntó Hillary.
  • La verdad es que sí, ya me veis aquí estoy… y no con mi padre… temo que haga daño a mi madre en mi ausencia –explicó con la cabeza baja.
  • Tranquila, seguro que eso lo dijo para asustaros, y que aceptarais su chantaje –intentó tranquilizarla Dan.
  • Dan tiene razón, además ya su abogado dejo claro, que se acabo ese plan por parte de su cliente, es decir, tu padre, sino vuestro abogado, pediría demanda, eso es lo que no quieren ellos –izó su intentó Hillary.
  • No se chicos… pero gracias por intentar animarme –agradeció Ruth, con una débil sonrisa.
Se les acercó una mujer de setenta y tantos años, su pelo, era un castaño –rubio, notándose que era de teñido, tenía su espalda jorobada, delgada, con sus ojos de un azul claro, se notaban unas arrugas, cerca de su nariz e ojos. Llevaba con ella un carro, con ruedas debajo, en el que transportaba dulces y refrescos.
  • ¿Queréis algo muchachos? –les ofreció con la voz entrecortada, parando enfrente de ellos.
  • Yo si –no tardo en contestar Dan –una bolsa de gominolas y otra, de mini magdalenas de chocolate.
  • Aquí tienes, y que aproveche –dijo la anciana, después de darle lo pedido, siguiendo su trayecto, con paso lento, y arrastrando pies.
  • Te acabas de comer un señor bocadillo, ¿y aun tienes más hambre? –preguntó Hillary sorprendida, mirándole boquiabierta.
  • Sí, es que la noticia de Ruth, me ha hecho coger hambre, mejor dicho, las malas noticias me abren el apetito –explicó pegando un bocado, a una magdalena –¡¡ummm!! ¡Esta riquísima! ¿no queréis? –las dos chicas, negaron con la cabeza, sin dejar de observar, el paisaje de fuera.
Unos pasos se detuvieron en ese vagón. Los tres jóvenes se dieron la vuelta, contemplando la silueta, de un joven de no mas de veintidós años, pelo corto, rubio, ojos azules. Su cuerpo estaba escondido por la pared del vagón, miraba a Ruth, Hillary y Dan con timidez.
  • Perdonar chicos… es que no encuentro asiento disponible por ningún lado… -informó mirando el sillín que quedaba libre de ese vagón. Los tres chicos dirigieron la mirada a esa butaca.
  • Claro, paza, paza –le invitó Dan, con un trozo de magdalena en su boca -¿no chicaz? –poco a poco se fue descubriendo el resto del cuerpo que aquel joven desconocido; alto, fuerte. Llevaba bajó su brazo un carpesano negro.
  • ¡Por supuesto que si! ¡No te quedes en la puerta por favor! –exclamó Hillary, con sus ojos como platos, brillantes, mirando a ese chico de arriba abajo – ¡Dan, cámbiate de asiento! –le ordenó.
  • ¿Quién? ¿yo? –preguntó mirando hacia todos los lados –¿por qué?
  • Hombre este chico tendrá que sentarse en algún lado ¿no?
  • Hay un asiento libre, si no te gusta, cámbiate tu –contestó Dan liado con sus chuchearías.
  • Serás mal educado –le encaró Hillary. El recién llegado, se hecho a reír:
  • No os preocupéis ya, me siento aquí –dijo sentándose al lado de Ruth, que estaba despistada, mirando a través del cristal, el paisaje de fuera.
  • Ruth ¿me cambias el asiento? –le pidió Hillary.
  • ¿Y eso por qué? –quiso saber la adolescente.
  • Nada es igual –acabo diciendo mal humorada Hillary de brazos cruzados –Dan no me extraña nada, pero no pensé, que tu tampoco lo pillarías.
Dan y Ruth, se miraron encogiéndose de hombros sin entender nada.
  • Os quiero agradecer, que me hayáis dejado sentarme con vosotros –dijo tímidamente.
  • No hay de que, aunque tu cara no me suena para nada –dijo Dan, haciendo un descanso en su tentempié.
  • Cierto, y pareces mucho mas mayor de dieciséis, ¿o es que has repetido varias veces? –preguntó Ruth con curiosidad. El chico volvió a reír.
  • No, no e repetido seis veces –dijo aun riendo –es normal que no me conozcáis, no soy de vuestro instituto.
  • ¡Un intruso! –se sobresaltó Dan, dando un salto de su asiento, abrazándose a Hillary
  • No, no tranquilos no soy ningún intruso, soy monitor de la casa de colonias que vais a pasar estos quince días. Tenía que haber cogido el tren de las seis de la mañana, pero no entiendo el motivo, que el despertador no ha sonado –explico, un tanto extrañado, por no ser despertado.
  • ¿¿¿Que estaremos en la misma casa los quince días??? –exclamó Hillary que se le ilumino la cara, zadeando el brazo de Dan.
  • Así es –afirmo el chico –seremos cuatro monitores, dos chicos, dos chicas, vuestros profesores y vosotros, por cierto me llamo Maichel –se presentó con una sonrisa.
  • Encantado, yo soy Dan.
  • Yo, yo soy Hillary, encantada… encantadísima –exclamó con felicidad, estrechándole la mano, eufórica.
  • Igualmente –dijo Maickel, entre risas – ¿y tu como te llamas? –pregunto, mirando a Ruth, que no dejaba de observar a través del cristal, el paisaje de fuera.
  • Ruth, Ruth
  • Ruth, Ruth
  • ¿Eh? ¿que pasa? –reaccionó a la llamada.
  • Te esta preguntando como te llamas –le informó Hillary.
  • Bien, ya no hace falta Ruth ¿verdad? –se interesó Maichel.
  • Sí, sí Ruth Parcker –dijo mostrando seriedad e tristeza en su rostro.
  • Encantado Ruth, yo me llamo Maickel –le estrecho la mano –Ruth Parcker ¿as dicho? –preguntó rebuscando algo, que había dentro del carpesano – ¿vosotros sois Hillary Craff y Dan Rocker? –leía un folio que tenía entre sus manos. Los dos amigos afirmaron con la cabeza –pues los tres estáis en mi grupo, para las actividades. Os pasaréis parte del día conmigo.
  • ¿¿¿En serio??? ¿¿Casi todo el día contigo?? –exclamó Hillary con una gran iluminación en su cara, balanceando el brazo de Dan con fuerza.
  • Pues si, ya intentaré dejaros algunos ratos, a vuestro aire, para no hacerme tan pesado –dijo algo avergonzado.
  • No tienes porque dejarnos, yo al menos estaré encantadísima de estar pegada a ti todo el día –dio su opinión Hillary con una amplia sonrisa.
  • Ui si, y tanto que os hartaréis de mi, con lo pesado que soy yo –se quito merito Maickel.
  • No, no ya veras como no ¿verdad Ruth? –insistía Hillary
  • ¿Eh? –volvió a la conversación la joven, que asta ese entonces, había estado ausente.
  • ¿Verdad que no? –repitió Hillary.
  • No, no –acabo diciendo Ruth, sin saber muy bien a de que iba la conversación.
  • Lo ves Maickel –dijo toda satisfecha Hillary con sus brazos cruzados, apoyando su espalda, en su respaldo de asiento.
  • No quiero entrometerme, pero te encuentro, muy seria y callada ¿te preocupa algo? –preguntó Maickel. Ruth no contestó. Hillary y Dan se miraron. Los minutos pasaban y abundaba el silencio.
  • No esta pasando una buena época –dijo incomoda por aquel silencio Hillary, sin dejar de mirar a Dan.
  • Es algo que nadie me puede ayudar –dijo pausadamente y sin dejar de mirar a la calle Ruth –si realmente se cumple lo dicho llevaré esa culpa conmigo asta el final de mis días –dijo. Su rostro e voz era bien pausado y sádico. Los tres presentes, se miraron asombrados por esa actitud, sin saber, que pensar, ni que decir.

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