miércoles, 15 de julio de 2020

Más allá de las cartas: Capítulo 15



  • ¿Qué has hecho que? ¿Es que tu no piensas o qué? ¿Cómo se te ocurre aceptar un trabajo, a ocho días de empezar las clases? ¡Ves a esa gente, y diles que no, que no puedes seguir con el trato! –hablo Aroa muy decidida. Sus pupilas estaban muy dilatadas, se le notaba las venas por sus brazos y manos. Cuando eso pasaba, significa que esa madre, estaba de lo más enfadada.
  • ¿Que haga qué? ¿Cómo me puedes decir eso mama? sabes lo que me ha costado encontrar, para que ahora me digas esto –contestó con otra pregunta Aaron, sin creer lo que escuchaba
  • ¡También se todo el esfuerzo de años de preparación para sacarte este título, que te abrirá muchas puertas, para que ahora lo dejes todo por una chica, que ni siquiera conoces! –gritó más alto esa madre.
  • ¡La quiero mama, por eso debo seguir con esto!
  • Si tanto la quieres la seguirás teniendo una vez con el título en tu poder, si lo vuestro tiene futuro, no se destruirá con el tiempo, al contrario crecerá, lo que ya hay en vuestro interior… Pero los estudios… no seguirán ¡es tu última oportunidad!
  • ¿De qué me sirven los estudios eh? Ni siquiera me gusta esa carrera, pero no me quedaba otra, que bajar la cabeza y aceptarla, por culpa de la enfermedad esta… ¡Ahora tengo la oportunidad de ir por el camino que realmente quiero, la oportunidad de ser feliz!
  • Felicidad con una desconocida ¡no veas qué emoción! –imitó a gestos de los jóvenes de esa época, tras esa frase.
  • ¿Por qué me haces esto? ¿por qué no te puedes alegrar por mí? ¡Tú mejor que nadie sabes lo que he sufrido!
  • Por eso mismo me duele tanto, que desaproveches tanto esta última oportunidad que te queda, todo por una chica, que no la conoces, que empezaste a saber de ella, por una carta que ni siquiera era para ti, ahora tu quieres dejarlo todo lo logrado, por ella!
  • ¡No es una desconocida joder!
  • ¡Entiendo que te has encaprichado con ella, un sentimiento nuevo, tienes la necesidad de experimentar, pero no puedes ser tan inconsciente hijo, tienes obligaciones, primero son estas!
  • ¡¡No me he encaprichado de ella!! ¡estoy enamorado de ella!! ¡es la chica que me ha devuelto la vida, que me ha enseñado que vale la pena seguir, la única, que me ha aceptado, que me ha dado una oportunidad! –Aaron se sentía cada vez mas irritado – ¡y ahora tu, me estas pidiendo que la deje por una mierda de carrera, por una mierda de vida! ¡Pos entiende que no la voy a dejar, te guste o no seguiré con ella, es mi vida no la tuya! –salió de allí dando un portazo.
  • Aaron… -se atemorizó primera vez desde que empezó esa discusión –¡Aaron! –exclamó, saliendo al exterior, con la esperanza de encontrar a su hijo, sentado en los escalones o apoyado en la pared. Pero no, allí no había nadie, solo escuchó, el eco de su propio grito.
Aaron corría tan aprisa, como se lo permitían sus piernas, ignorando por completo, las miradas curiosas de todas esas personas, que no le sacaban los ojos de encima, por su mente no dejaba de pasar todas las frases dichas momentos antes, no comprendía por qué, por qué su madre le dijo todo lo escuchado... él creía que ella le entendía, le apoyaba, ahora se daba cuenta que estaba equivocado. Se detuvo en el misma explanada en el que grito quiero a Vanesa Se sentía cansado de tanta carrera, su respiración era más que acelerada. Lágrimas de rabia, resbalaban por sus mejillas, notaba un dolor en el pecho, llevó su mano allí era más bien dolor en el corazón, un dolor muy fuerte, le costaba respirar, todo por el estado que se encontraba, tenía que relajarse.

Las horas pasaban… Aroa no podía evitar ir de un lado a otro del salón nerviosa, inquieta, sin dejar de mirar el reloj. Había sido demasiado dura con él. Ahora se arrepentía. Lo único que quería es que la puerta se abriera y apareciera Aaron. Ya era casi de noche, eran cerca de las diez. La puerta se abrió sin aviso.
  • Aaron –corrió abrazarle Aroa –perdóname por favor, yo…
  • Mama… no eres tu quien se tiene que disculpar, tú tienes razón, yo me pasado… no debí hablarte de esta forma –se disculpó con la cabeza baja –pero entiéndeme por favor…
  • Hijo, no digas mas por favor déjame hablar, tienes razón, es lo mejor que te ha pasado en la vida, deber luchar por ello, solo que me dolería que tanto esfuerzo causado sea en vano.
  • Lo sé mama y tienes razón, por eso trabajare por la mañana y estudiare por la tarde, me pagaran menos si, pero podre seguir con ambas cosas.
  • ¿No será muy duro eso? ¿Cuándo dormirás?
  • Por la noche mamá descansare, no te preocupes, ahora que mi corazón lo aguanta todo, todo saldrá bien.
  • Cariño… te quiero tanto que si te pasara algo, no sé qué sería de mí –le abrazó fuerte Aroa.
  • No me pasara nada mama, ahora ya no –la abrazó también Aaron -¿querrás acompañarme en mi primer día de trabajo?
  • Me encantará hacerlo.
Esa noche, Aaron se encontraba acostado, sus ojos se cerraban solos, pero un pinchazo en el pecho les hizo abrirlos sin aviso << ¿que era aquello?>> <<¿qué le estaba pasando?>> le recordaba a cuando su corazón estaba falto de ayuda, solo que en esa noche, enseguida paso, pero <<¿ahora por qué?>> <<ha sido un día muy duro, tengo que relajarme y dormir>> dicho y hecho, durmió profundamente, con la decisión de no decir nada a su madre, no valía la pena preocuparla, por algo sin importancia.

Uno de septiembre Aaron caminaba junto a su madre, que ignoraba por completo, lo sucedido de aquella noche, algo ya pasada, en el que no le volvió a pasar más. Caminaban dirección al sitio indicado donde habían concretado, los jefes del recién empleado. El cielo estaba nublado, como si el cambio del mes indicará la llegada de la nueva estación.

  • Hola muchacho ¿cómo estás? –le estrechó la mano el mismo hombre no muy alto, con algo de musculatura, poco pelo en su cabeza canoso – ¿con ganas de empezar?
  • Bien, bien gracias. Sí, si la verdad es que si, pero también muy nervioso…
  • Jajajaj eso es normal, pero ya verás como todo irá bien ¿empezamos?
  • Claro que si, por eso estoy aquí.
  • Acompáñame, que te daremos la ropa adecuada.
  • Bueno hijo, que vaya muy bien, mucha suerte –le abrazó Aroa.
  • Gracias mama –después acompañó a su compañero, que lo encaminó, hasta un cuarto, donde le dieron monos azules, chalecos eflorescentes, botas. Ya puestos, se puso manos a la obra, como peón. Aroa se quedo como testigo, como Aaron ayudaba en todo lo que le pedían: poner vallas, trasladar; carretillas de arenas, rallolas, sacar arena... Al rato Aroa volvió a casa con sus quehaceres, despidiéndose de su hijo, con un gesto de mano, e una sonrisa, que Aaron se la devolvió, antes de verla partir.

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