domingo, 12 de julio de 2020

Desaparecida en la oscuridad: capítulo 4



Aquel día de domingo, que debería haber sido feliz e ilusionado, acabo siendo tenso para todos los miembros de la masía. La llamada de Matt, les hizo poner en alerta, al mismo inquietos, esperando algún indicio de ataque, por parte del contrincante. Aunque Burton les tranquilizara con "no les puede hacer daño, tiene todas las de perder" "para que se queden mas tranquilos mandaré algún policía que vigile la zona"  Para Ruth, tampoco le era sencillo, pero estaba decidida, a que nadie, ni siquiera su padre, pudiera borrar esa alegría e ilusión que le adueñaba, a menos de veinticuatro horas, de estar en un tren, junto a sus mejores amigos, lejos de esa monotonía, lejos de esa pesadilla, en el que estaba ansiosa, a que llegara esa tregua que para ella sería desaparecer de esa familia durante quince días.
Nunca antes, le había resultado tan rápido y sencillo, apagar el despertador sin remolonearía y pereza ninguna, con una sonrisa en su cara. Canturreando para sí, una canción que ni siquiera se acordaba de la letra, empezó a arreglarse, y acabó de mirar que tuviera todo listo en su mochila. Se colgó esta en la espalda, haciendo minimamente de ruido posible, se dirigió a la planta de abajo, deslizándose de puntillas, para quien aun descansaba. Sentía como cubiertos eran movidos, se imaginaba que era su madre. Sorprendida se quedó, al entrar a la cocina y liada con un puchero, se encontraba su abuela. Su madre también estaba presente, acabando de preparar la mesa para el almuerza.
  • ¡Abuela! ¿Qué haces levantada? ¡Si solo son las seis de la mañana! –exclamó sorprendida.
  • Buenos días ¿e hija? Yo ya hace rato que estoy levantada, como cada día a las cinco de la mañana, aunque hoy a las cuatro y media, ya hecho acto, tenía cosas hacer –dijo como si nada, la abuela.
  • ¿¿¿A las cuatro y media ya estabas en pie??? –exclamó sin evitarlo Ruth. Al momento se tapó la boca, con ambas manos –uiiii, perdón, que el abuelo debe estar durmiendo –dijo, mirando por todos lados.
  • No, que va, el abuelo también esta levantado ya –la tranquilizó su abuela, sin poder evitar reírse –está ordeñando a las vacas y cabras.
  • Ya tenéis valor de levantaros tan temprano sin necesidad, si no fuera por las clases, yo dormiría asta las doce –expuso Ruth.
  • Hay mucha faena en una masía, de todas formas entenderás ahora que a las siete de la tarde, ya estemos acostados.
  • Sí, sí claro, ahora lo entiendo perfectamente –dijo Ruth sentándose en una silla, enfrente de la mesa, donde el desayuno estaba sobre ella: leche, pan, mantequilla, cereales, galletas, magdalenas, fruta… había para toda clase de apetitos – ¿qué haces abuela? –le preguntó observando que seguía liada con el puchero, empezándose a untar una tostada recién hecha con mantequilla, también casera.
  • Estoy haciendo queso y pan, para que te lo puedas llevar para el viaje, en la estancia en el autobús.
  • Gracias abuela pero no tenías que haberte molestado, allí ya nos dan de comer –le agradeció Ruth con una sonrisa, después de echar un trago en su tazón de leche de cabra recién ordeñada.
  • ¿¿De comer dices?? Allí lo que os dan son porquerías ¿¿Qué va haber mejor, que la comida casera y recién hecha?? –alzó un poco mas la voz la abuela, sacando del fuego esos manjares situándolos en pequeñas bolsas de plástico, cerrándolas automáticamente, entregándoselas a Ruth.
  • De acuerdo tú ganas –dijo esta con una sonrisa, cogiendo entre sus manos esas bolsas, metiéndoselas en su mochila. Cogió un plátano, empezó a desplumarlo, al mismo tiempo a echarles bocados.
  • Buenos días, ¿como esta mi nieta preferida? –apareció por la cocina el abuelo, con un sombrero de paja en su cabeza.
  • Claro que soy tu nieta preferida, soy la única que tienes –dijo Ruth, entre risas.
  • Muy lista pequeña –le dijo el abuelo, dándole un beso en la frente -¿nerviosa por el viaje?
  • Ansiosa abuelo, ansiosa –respondió la joven.
  • Eso es bueno, pero para que no te olvides de nosotros, te preparado esto –dijo entregándole una botella de cristal con leche.
  • Abuelo no hace falta, me alimentaré bien de verdad –dijo escapándose alguna risilla.
  • Le vas hacer ese feo a tu abuelo –le reprochó este, mirándola con ojos de cachorrito.
  • No, claro que no abuelo, gracias –dijo, guardándolo también en su mochila.
  • Esa es mi niña –le dijo el abuelo, besándola en la frente nuevamente.
  • Cariño, tendríamos que marchar ya, que el autobús sale a las nueve y media y tenemos dos horas asta llegar allí –interrumpió Samanta.
  • Sí, voy mama –dijo, poniéndose en pie, colgándose su mochila a la espalda.
  • Adiós cariño, cuídate mucho, mucho, mucho, mucho –le abrazó fuertemente su abuela.
  • Adiós tesoro ¿no te olvides de nosotros eh? –le recordó el abuelo
  • No lo haré –dijo Ruth, con una débil sonrisa.
  • Por favor, no seáis tan dramáticos, que de aquí quince días la volveréis a tener con vosotros –les recordó Samanta.
  • Eso es lo que dices tu… -saltó de repente la abuela –en este mundo hay a muchos que se le va la cabeza, y matan a un montón de gente inocente. Los ojos de Samanta se abrieron como dos naranjas.
  • Va, no le asustéis –protestó Ruth –que sí no me dejará marchar.
  • Tienes razón, perdona hija, diviértete ¿eh? –dijo la abuela.
  • Y tráenos un recuerdo –recordó el abuelo.
  • Venga, ¡vamos ya! –se sintió por parte de Samanta.
  • Lo aré –dijo Ruth, corriendo a subirse al coche.
El coche ya estaba en marcha, al ser tan temprano, no le era necesario, el aire acondicionado, con la corriente, que entraba a causa de las ventanas abiertas, les era suficiente.
  • Mama ¿estarás a salvo si marcho? –preguntó sin aviso Ruth.
  • ¿A que viene esa pregunta Ruth? –respondió con otra pregunta Samanta, mirando por unos dos segundos a su hija, sin dejar de conducir.
  • Papa te amenazo que si yo marchaba, te arrepentirías, ¿no tienes miedo que te haga daño de verdad?
  • Mientras tú estés bien, me importa bien poco lo que me pueda lastimar a mí –dijo Samanta, con una débil sonrisa en su boca.
  • Ya pero aun y así, me dolería mucho, que te hiciera daño por mi culpa –dijo Ruth con la cabeza baja.
  • Eso es lo que quiere tu padre –comenzó a decir Samanta, sin apartar los ojos de la carretera, haciendo las maniobras necesarias en la palanca de cambios –quiere hacerte sufrir, hacernos sufrir, para que aceptemos su chantaje, pero dime, ¿te hubiese gustado que tu custodia la hubiese tenido tu padre?
  • No, no, claro que no, me alegro mucho de estar contigo –respondió convencida Ruth.
  • Pues no te preocupes por nada, no le des esa satisfacción a tu padre y diviértete lo más que puedas estos quince días –le aconsejó Samanta.
  • Así lo haré mama, y te llamaré a menudo te lo prometo, para decirte que me lo estoy pasando muy bien, y divirtiendo mucho –dijo Ruth animada.
  • Eso espero ¿¿eh?? Que sino vaya agobio que me harán pillar los abuelos, como no sepan nada de ti –dijo entre risas. Ruth, también rió.
Pasaron velozmente, por el cartel con el nombre del pueblo indicado, revelando que ya habían llegado. El coche con Samanta y Ruth en el interior, se dirigía al instituto, de donde salía el autocar. Ruth, no tardo en salir del vehículo, ajuntándose a toda aquella multitud de alumnos, que al igual que ella, ansiaban por empezar ese viaje. Sus ojos se deslizaban por todos lados sin encontrar a los que tanto anhelaba.
  • ¡Mira esta allí! ¡Ruth! ¡Ruth! –gritó alguien. Ruth apenas se había dado la vuelta, cuando su cuerpo recibió el peso de dos organismos.
  • Ei chicos os estaba buscando, aunque un poco mas ¡y muero en el intento! –dijo esto último riendo.
  • Perdona no queríamos ahogarte –dijo avergonzada Hillary.
  • Estábamos buscándote, deseábamos verte –prosiguió Dan.
  • Te hemos visto, nos hemos descontrolado.
  • Que sin darnos cuenta un poco mas y te ahogamos –terminó Dan, viendo como su amiga pelirroja indicaba una sonrisa.
  • Yo también estaba deseando que llegara este momento –abrazó a sus dos amigos, Ruth, con todas sus fuerzas.
  • Hola chicos –saludó Samanta, acercándose a ellos – ¿como estáis?
  • Bien, bien muy bien –dijo Hillary con una amplia sonrisa en su cara.
  • Y ahora que ya volvemos a estar los tres juntos aun mas –dijo Dan felizmente, abrazando a sus dos amigas.
  • Un momento de atención por favor –se sintió. Tanto Samanta, como todos los chicos y chicas que se hallaban a su alrededor, giraron sus cabezas, observando a una de las profesoras, que les acompañaban subida a una silla, ella era alta, delgada, pelo largo, liso y negro, ojos de color carbón. A su lado, con sus pies en el suelo se encontraban dos profesoras mas; una mujer, baja, fuerte, ojos color miel, pelo castaño. Su edad debía superar los cincuenta años; llamada Martha la otra educadora, no era muy alta, pero tampoco baja. Su peso tampoco era tema de discusión, no le faltaba, ni sobraba quilos. Su cabello era largo, liloso. Su nombre era Kate. Todos los alumnos la tenían un gran aprecio y ansiaban tenerla como profesora, por el carácter dulce y generoso, que llevaba con ella. El único profesor que hallaba era Thomas; un hombre de cuarenta y algo de edad, bajo, regordete, con poco pelo en su cabeza de un color gris. A diferencia de la anterior, pocos alumnos soportaban a este hombre, por el carácter mal humorado y violento que tenía. Alguna vez les había puesto la mano encima alguno de sus alumnos.
  • Es la profesora Turner, vuestra tutora ¿no? –pregunto Samanta.
  • Sí, sí es ella –le contestó su hija.
  • Y encima viene también Thomas –dijo Hillary haciendo una arcada.
  • Es normal, es el tutor de cuarto D –contestó Dan.
  • Nos os cae bien ese profesor por lo que veo ¿no? –dijo Samanta.
  • Es muy violento –dijo Ruth –no se que hace de profesor, no esta nada preparado para establecer relación con los jóvenes.
  • Hombre, depende como lo miréis, para estar, con los mas salvajes del instituto, tal vez si que necesita ese mal genio –intervino Dan.
  • Ya pero no me hace ninguna gracia pasar dos semanas enteras con el, me entra un escalofrío solo de pensarlo –dijo Ruth, mientras su cuerpo se estremecía de arriba abajo.
  • ¡Oh que chicas! olvidaos de ese tío, nos vamos de colonias quince días, para disfrutar y pasarlo bien, Thomas no nos puede prohibir eso –les recordó Dan con una amplia sonrisa. La voz de la profesora Turner, volvió a sobresaltar, acaparando la atención de todos e todas.
  • Gracias por mantener silencio, no os entretendré mucho, es para agradecerlos, su presencia, para informaros, que estos quince días, no habrán reglas, es para disfrutar de la compañía de unos y otros ahora que nuestros caminos se separan, por senderos distintos. El autobús no tardará en llegar, en cuanto se pare del todo, subir en orden y coger asiento, y sobretodo... ¡disfrutad de estas vacaciones! –expresó. El rembombolio se izo volver a notar. Un largo autocar, colorado y amarillo, izo presencia, deteniéndose enfrente de toda aquella gente. Sus puertas se abrieron –venga chicos, chicas, subir en orden –les indicó cada tutor a su clase, formando una fila.
  • Bueno mama, tenemos que marchar ya –informó Ruth.
  • Adiós cielo, pásatelo muy bien en estos días, llámame cuando llegues, por favor, para saber que as llegado bien –le pidió Samanta, observando como Hillary y Dan subieron al vehículo después de despedirse de ella.
  • Así lo aré mama, no te preocupes –le dio un fuerte abrazo Ruth, después le besó en la mejilla –cuídate mucho mama, ve con muchísimo cuidado, si tienes algún problema no dudes en avisarme por favor.
  • No te preocupes por nada cielo, diviértete, sobretodo, y olvídate de estos últimos días y todas tus preocupaciones –le aconsejó Samanta, mientras observaba, como su hija subía los escalones de espalda, sin dejar de hablar con su madre.
  • ¡Venga, Que el tren no espera! –exclamó la profesora Turner, sin quitar el ojo a Ruth.
  • ¡Adiós mama! –gritó de tanto las puertas se cerraban.
  • Vayamos a buscar algún asiento, disponible –aconsejó Dan. Hillary estuvo de acuerdo, en cambio Ruth, no dejaba de ver a través del cristal la figura de su madre como la observaba, con tristeza en sus ojos.
  • Ruth vamos a buscar asiento –le repitió Hillary, cogiéndola del brazo, guiándola hacía adelante.
  • Aquí hay uno chicas –las avisó Dan sentándose, en uno de esos cuatro asientos disponibles pegando a la ventana. El vehículo empezó andar. En un movimiento rápido y casi sin ser consciente de sus actos Ruth, abrió la ventana, asomando su cabeza por ella:
  • ¡¡Adiós mama, te quiero mucho, te llamaré cada día te lo prometo mama, antes de que te des cuenta volveremos a estar juntas, te quiero, te quiero!! –exclamó con euforia, despidiéndose de su madre con la mano también.
  • Adiós tesoro mío, diviértete, cuídate mucho, llámame si, yo lo aré cada día, te quiero mi amor, te quiero muchísimo –le hizo saber Samanta algo emocionada. Ruth se quedo con su cabeza al viento, sus manos se cogían fuertemente al afeitar de la ventana, observando como la imagen de su madre se iba desvaneciendo, asta desaparecer del todo.

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