Vanesa estaba de los nervios. Veintisiete de diciembre, cinco días que no sabía nada de Aaron, no por no haberlo intentado, llamar les había llamado, hasta cada tres horas, pero nada, al final colgaba sin ninguna respuesta. Eso un día, dos, tres, vale, con el cambio de horario y todo era normal, pero más ya no, conocía a Aaron, no le dejaría con esa angustia tantos días, con ese dolor en pecho, tanto tiempo… Quería felicitarle las navidades, pero no había manera de encontrarle, en más de una ocasión pensó en escribirle una carta, pero sabía de sobra que tardaría mínimo quince días en llegar.
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¿Pero tanto le cuesta llamarte o decirte algo, este chico? –le preguntaba su madre, que era quien más veía sufrir a su hija por ese joven.
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No sé, mama, pero estoy segura que algo le ha pasado, no es normal este silencio, no es normal, él no me lo haría… él no
Dos de enero del dos mil once. Diez días, llevaba Aroa sentada en ese sillón de hospital sin apenas moverse, si no era para pleno necesario. La enfermedad de su hijo había retornado y él aun seguía inconsciente desde ese veintidós de diciembre, que había ingresado en ese estado. Le habían asegurado que Aaron despertaría, que sus funciones vitales, no estaban dañadas, todas las esperanzas aumentaban ¿entonces? ¿Por qué seguía sin despertar? Ella no lo entendía. Llevaba días sin cerrar los ojos, su mente, no estaba para muchas teorías. Miraba fijamente a su hijo, todo lleno de tubos, que conectaban a más de una y dos maquinas. Su pecho custodiado por varios parches para ese órgano que no dejaba de latir débilmente. Una mascarilla en su boca, para hacerle más fácil su respiración entrecortada. Aroa intentaba ser fuerte, pero notaba como sus fuerzas la abandonaban en el tiempo que necesitaba que estuvieran al cien por cien. Había ratos que sin razón aparente notaba como sus lágrimas caían, presa de la desesperación acababa en un llanto desesperado.
Aaron abrió los ojos, miró a sus lados, sin ningún movimiento de cabeza, todo estaba en silencio, por lo que observaba se encontraba solo en la habitación. Parecía una habitación de hospital pero ¿qué hacía ahí? ¿Qué había pasado? Tenía la mente en blanco, no se acordaba de nada. Escuchó como la puerta se abría. No intentó hablar, no intentó moverse, solo espero, con los ojos bien abiertos, así lo hizo, espero. Siguió sin emitir sonido, pudiendo visualizar como su madre, se sentaba en aquel sillón, sin echarle ni una mínima mirada. Aaron abrió su boca, cerrándola a los pocos segundos, sin fuerzas para mencionar palabra. La volvió abrir <<ma…>> fue lo único que logró hablar.
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¡Aaron estas despierto! –se sorprendió Aroa – ¡doctor! –no tardo en pedir ayuda.
Los días posteriores, el joven siguió consciente, casi sin fuerzas, para mantener una conversación. No sabía qué hacía allí, no había preguntado, ellos tampoco le habían informado.
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Hola Aaron ¿cómo te encuentras hoy? –le preguntó su doctor
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Me… Mejor… ¿Qué hago aquí?... ¿Qué me ha pasado?
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¿Aun no se lo ha explicado? –preguntó a Aroa.
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La verdad es que no, tenía tantas ilusiones… esta tan débil todavía…
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La entiendo, pero contra antes se situé mejor…
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Que… ¿Qué me tienen que decir? Mama… ¿qué… que pasa? –preguntaba con dificultad, mirando a su madre e el doctor.
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Señora, creo que llegó la hora de explicarle, contra antes lo haga, mejor, sobre todo para él –le poso su mano en el hombro de esta, observando como afirmaba, con la cabeza baja –les dejare solos, volveré después.
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¿Qué… pasa mama? ¿por qué esa…esa cara tan tris… triste? ¿qué ocurre? Di…dime la ver… verdad por… favor.
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Pues veras… -se acomodó en una silla, al lado de la camilla de su hijo.
Al terminar su relato, permaneció callada esperando la reacción del joven. Al no percibir ni palabra ni movimiento, levantó la mirada, observándole, mirando al techo, sin casi pestañear.
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Hijo…
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¿Que…qué día… estamos hoy?
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Dos de enero, has estado inconsciente diez días.
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¿Vane… Vanesa lo sabe? –fue lo único que preguntó.
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No, llevó días aquí, no me movido, excepto para pegarme una ducha, e dormir un poco mientras, las enfermeras, estaban pendiente a ti.
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¿No ha llamado?
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En el tiempo que estado en casa, el teléfono no ha sonado. O no me he enterado.
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Pobre…. Debe estar muy preocupada y enfadada conmigo… mama… tienes que llamarla, y explicarle donde estoy… pe…pero no le digas lo de la enfermedad… quiero hacerlo yo… in…invéntate una excusa… por fa… vor… -cogió el brazo de su madre con fuerza. Aroa vio una mirada suplicante en su cara.
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De acuerdo lo haré.
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El teléfono… está en mi mesita… gracias mama, es importante para mí.
Aroa, entraba en su casa cerca de las cuatro de la tarde. Aaron se había quedado dormido, al rato de acabar de comer. Pobre no había dejado de sufrir, pero no por el retorno de su enfermedad. Eso no, ni una lágrima derramó, todas ellas, era para Vanesa, por toda la preocupación e sufrimiento que le había causado, con su silencio <<ella no se lo merece>> no dejaba de repetirle, suplicándole con la mirada, que la llamase. Así que cuando se durmió después de avisar a las enfermeras, volvió a casa por corto tiempo, a complacer a su hijo. No tardo en encontrar lo que buscaba. Las cuatro en punto marcaban en el reloj de mesa de Aaron.
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Las once de la noche en España ¿Qué hago? ¿realmente debo llamar a estas horas…? No me parece de las más adecuadas… -se encontraba debatiéndose en sus propios interrogantes. Cuando el teléfono sonó, provocándole un buen sobresalto. No tardo en ir atenderlo, por temor, del estado de Aaron –sí, soy Aroa.
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Hola buenas noches… perdón buenas tardes… ¿Qué está Aaron
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¿Vanesa? ¿eres tú?
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Sí, soy yo, ¿Qué puedo hablar con Aaron por favor?
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Veras Vanesa… Aaron no está aquí… está en el hospital… -intentaba pensar rápido Aroa.
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¿¿en el hospital?? ¿¿Por qué?? ¿¿Qué le ha pasado?? –el corazón de Vanesa dio un vuelco –¿está bien?
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Veras… se cayó de una escalera, se le ha salido un hueso de la pierna… le han tenido que operar –no se le ocurrió nada más rápido que contestar.
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¡Oh dios santo! ¿Cómo se encuentra? –su voz se debilitó.
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Bien, bien, mejor gracias, pero espero que no te hayas molestado si nos has telefoneado, no hemos podido atenderte… me pesado el día en el hospital con él.
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No se preocupe, lo entiendo perfectamente, ¿sabe cuándo volverá a casa?
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No, la verdad es que no, ha sido una operación complicada y aun no nos han informado de la hora del regreso al hogar.
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Entiendo… no quiero poner en duda su palabra, pero ¿seguro que está fuera de peligro?
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Totalmente –cruzaba sus dedos Aroa de un juramento no cumplido, mirando al cielo, pregando a dios perdón.
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Gracias, así me quedo más tranquila –notaba como un suspiro de alivio se apoderaba de ella –dele muchos recuerdos de mi parte por favor, un abrazo e beso fuerte, dígale también, que deseo que se recupere pronto, que ya le llamaré para saber de él.
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Gracias Vanesa, se lo daré todo, bien seguro que se pondrá muy feliz…
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Se lo agradezco señora, su hijo me importa muchísimo, no sé, que sería de mi, si le pasara algo… -notaba que se emocionaba Vanesa.
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Tranquila todo está bien –volvió a cruzar los dedos volviendo a pedir perdón, al mismo tiempo que miraba al cielo.
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Gracias señora, cuídese usted también, se le nota la voz cansada.
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Lo haré gracias –dijo antes de colgar, sin poder evitar, que un llanto desconsolado se apoderara de ella.
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¿Se puede saber que estás diciendo Aaron? ¡no puedes viajar en ese estado!
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Mama, se lo prometí ¡tengo que cumplir! ¡aunque sea lo último que haga! ¡tengo que ir!
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A ver Aaron… –interrumpió el doctor –tu corazón está muy débil, como te subas a un avión, corres el riesgo de que ya no bajes, ¿eres consciente de eso?
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¿Y usted es consciente que Vanesa es lo mejor que me ha pasado en la vida? Me importa poco mi corazón si al final puedo estar con ella. Toda mi vida siempre he estado atado y a merced de esta enfermedad, ya estoy arto, quiero ser libre, ¡en el tiempo que me quedé de vida, quiero ser feliz!
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Entiendo –bajó la cabeza el médico, mirando a los pocos segundos a Aroa sin saber cómo seguir.
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Necesito hacer ese viaje, por mi, y también por Vanesa, no la puedo fallar ahora, quiero que mi vida acabe junto a ella –Aaron no miraba ni a su madre ni al doctor, sino a un punto del techo blanquecino, su voz era decidida –por favor mama, compréndelo.
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Lo comprendo, pero… ¿cómo complacerte, sin verte partir, antes de tiempo? –observo al médico.
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Estoy pensando… podrías viajar en barco en vez de avión, hasta parís, allí ir de tren en tren hasta la chica –dijo la doctor.
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¿Usted cree que dará resultado? –preguntó Aroa.
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¿Eh? ¿He pensado en voz alta? Es una mala costumbre que tengo –se disculpó este.
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¿¿Pero esa sería la solución?? –se entusiasmó Aaron.
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Sí, yo creo que es la más lógica ¿Qué me dicen?
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¡Hagámoslo! –fue la exclamación del joven.
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¿Sí?
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Ya le ha escuchado doctor –fue la respuesta de Aroa, observando el entusiasmo de Aaron.
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Está bien, ya les telefonearé cuando tenga todo preparado lo del barco.
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¿Cuándo costara? –se preocupó Aroa.
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Cero, corre a cargo del Hospital, es lo mínimo que podemos hacer con la errada que cometimos.
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