jueves, 21 de abril de 2011

Robi; Capitulo 11




Abel me estrechó la mano, con una sonrisa, según mi punto de vista parecía simpático. Abel sustituyó a Dina en la conducción de la silla de su hermana. Las manos de Dina estaban libres, y estás se puso en los manguitos de mi silla.
-             Descansa amor, ya llevo tu silla un rato –me besó en la mejilla. Fue un beso dulce y cariñoso, me sentí, el hombre, más feliz del mundo, aunque no era el único. Mire, a Estela y  Abel, se les veía tan felices y enamorados.
-      ¿Y cómo os conocisteis? –tenía curiosidad.
-      Por una pagina de internet –respondió Estela
-      Sí, un chat de esos, con la cantidad  de locos que hay, fue una suerte que nos encontremos.
-      ¿Hace mucho de eso? –seguía mi fisgoneo.
-      2 años, hizo el pasado uno de septiembre –habló él.
-      Abel era de otra capital, lejos de aquí, pero dejó su trabajo, su casa, todo para poder estar con Estela –me explicó Dina.
-      ¡Guau! Supongo que ya conocerás a los suegros… bueno futuros suegros… -rectifiqué
-      Pues si te soy sincero…. No… solo de oídas –no pude evitar sorprenderme.
-      Estela, que aun no ha sido capaz de decir, que tiene novio –hablo Dina.
-      ¡Claro que he sido capaz, lo que pasa que ellos no me han tomado en serio! Después papá leyó una de las conversaciones de Messenger que tenía con él, se enfadó muchísimo conmigo, me dijo que me tenía que olvidar de Abel, que él en realidad no me amaba, que nadie lo haría, y sí, lo creí, fui una ingenua, lo sé.
-      ¿Fue aquella vez, que discutimos verdad? –le preguntó Abel.
-      Así es, pero después tu, me demostraste que él se equivocaba, pero ya no fui capaz de decirle que seguía contigo, lo siento.
-      No me tienes que pedir perdón lo entiendo –la besó con dulzura en los labios.
-      Después cada noche que llegaba borracho a casa… -inició Estela.
-      Sí, lo recuerdo, venía a nuestra habitación a media noche, a pedir explicaciones a Estela sobre Abel ¡era muy vergonzoso! y cada vez le temíamos mas, por suerte después se le paso esa perrera.
-      Entiendes ¿el porqué no le dije que seguíamos juntos? –preguntó Estela a su hermano.
-      Sí, lo siento –bajo la cabeza arrepentida Dina.
-      Ya no tenéis que preocuparos vuestros hombres están aquí para protegeros –le abrazó Abel a Estela. Yo les sonreí abrazando a Dina por la cintura, ella también me rodeaba.
Caminábamos por la calle principal. Me sentía tan agusto con Dina, Estela y Abel, Estela me caía estupendamente, al igual que Abel. Paseemos por avenida principal entre charlas y risas. La gente se nos quedaba mirando, sorprendidos.
-      Sois dos parejas verdad ¡qué bonito dos en silla de ruedas, y sus cuidadores! –se escuchaban cuchicheos –nosotros no podíamos evitar reírnos, y besarnos en los labios, yo con Dina obviamente y Abel con Estela –pero si son pareja, ¡pero a la inversa! ¿Qué buscarán ellos de los discapacitados? Sí, algo buscan seguro –se escuchaba. Ignoremos esos comentarios, con una sonrisa en la cara.
-      La gente no tiene ni idea, de verdad que hablan sin saber, aunque intento que no me afecte, me afecta –habló Abel.
-      Te entiendo perfectamente –opinó Dina –lo mismo me pasa con Robi, aunque intento controlarme, no puedo evitar, enseñar los dientes.
El cielo estaba gris, pero la temperatura era agradable. Nos sentemos en una terraza para tomar algo, siguiendo hablando del tema de Estela y Abel, que era una pena que lo tuvieran en secreto, que solo se pudieran ver, un rato los fines de semana, no era justo ¿pero que se podía hacer? A las 8 de la tarde, entremos en el cine, para ver una comedia, que habían elegido las chicas. Abel, y yo les paguemos la entrada a nuestras princesas, nos sentemos uno al lado del otro, las parejitas juntas –a mi me sentaron con ayuda de Abel y Dina –las puertas se cerraron, las luces se apagaron, la película empezó. No eran mucho mi estilo, me suelen gustar mas de suspense, acción, aun y así, estuvo divertida y lo que fuera por mi princesa. Intente alcanzar su mano en la oscuridad, la tacté, la acaricié, la sostuve con delicadeza, con dulzura, como si estuviera sosteniendo algo muy valioso, que para mí, era lo más preciado del mundo. No éramos los únicos, Estela y Abel, también sostenían su mano, con delicadeza y amor. Al salir al exterior, no tardemos en entrar a un chino, a cenar, la verdad es que me gustaba la idea, no había ido a muchos chinos, pero me gustaba su comida. Para contra ya encontremos la primera barrera, un sinfín de escaleras.
-      ¿Ahora como lo hacemos? –preguntó Abel.
-      ¿Podrías ayudarme con Robi? –tu sujeta la silla de delante, que yo lo hago de atrás –contesto con otra pregunta Dina. Abel no puso queja. Yo me sentía mal, que se tomarán tantas molestias por mi culpa –espera aquí Estela, enseguida venimos por ti –No eran cuatro escalones, más bien mas de una docena, de ellos por subir. Todas las miradas se nos clavaron, al subir a Estela, estaban más pendientes en nosotros que en sus propios asuntos. Uno de los trabajadores, se nos acercó –mesa para cuatro por  favor.
-      Lo siento no tenemos mesa –respondió sin ni siquiera saludar.
-      Pues yo allí veo una libre de cuatro –informe.
-      Oh sí, pero las sillas de ruedas no caberán las mesas son justas.
-      Pues tienen que caber –hablo Dina.
-      No, tienen que irse a otro lugar, las sillas no caber.
-      Nosotros no nos pensamos mover de aquí, hasta que nos dé una mesa –dijo Abel.
-      Es por ley que estuvieran adaptadas para las sillas de ruedas.
-      Nosotros no poder ayudar, deben irse -¡nos echaban a empujones! Todos nos pusimos nerviosos, y alzar la voz, todos al mismo tiempo, que no había manera de enterarse. Los clientes de las otras mesas se levantaron para observar.
-      ¡Queremos ver al gerente! –grito Abel.
-      ¡Y el libro de reclamaciones! –siguió Dina
-      ¡¿A ver qué está pasando aquí?! –gritó otro empleado. Debía ser alguien importante, porque no llevaba uniforme, sino, camisa de cuadros, y pantalón de traje. Uno de sus empleados le informó en el oído.
-      ¡Queremos el libro de exclamaciones! –alzó la voz Dina.
-      Un momento de calma por favor, de parte de mis trabajadores, les pido una disculpa, ellos se han confundido.
-      ¡Obviamente que lo han hecho! –gritó Abel.
-      Enseguida tendrán su mesa –dijo algo, en el oído de su empleado. Este acepto, con una reverencia.
-      Acompáñenme por favor –nosotros les seguimos, indignados pero callados.
Nos conducció por un largo pasillo, que aparcaba en una sala con pared de ladrillo, con varias velas encendidas rodeaban la sala ¡pero estaba vacía! Nos sacaron dos sillas, para la de Estela y la mía, y nuestras parejas al lado. Nos trajeron la carta.
-      ¡¿Os habéis dado cuenta?! ¡nos han separado de los demás! ¡serán…!
-      Mejor olvidemos ese tema, comamos, no permitamos que este echo, nos estropeé la salida –opinó Abel, encontré que tenía toda la razón. Como yo, las damas, y juntos brindemos con alegría.
Era medianoche pasadas, paseábamos por los arcos de la ciudad. El cielo se había despejado, se podían contemplar, ese sin fin de estrellas voluminosas, que hacía de aquella noche, mágica y especial, no hacían falta palabras, ni gestos, solo el deseo que no acabara, que siguiera igual, con aquella visión, espectacular. Al mismo tiempo las dos parejas, nos miremos a los ojos, con ternura, había un brillo especial en todos ellos. Justamente al mismo tiempo, nos besamos.

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